domingo, 12 de mayo de 2013

NECROLOGÍA DE UN ESCRITOR



Michel Tournier (1925-2000)*




Nacido en el centro de París, enseguida comprendió que se trataba de la ciudad más inhóspita del mundo, en particular para los jóvenes. Y así, vivió toda su vida en el presbiterio de un pequeño pueblecito del valle de Chevreuse, cuando no viajaba a través del mundo, con cierta predilección por Alemania y el Magreb. Sus cenizas están depositadas en su jardín, en el interior de una tumba esculpida que representa una figura yaciente con el rostro oculto bajo un libro abierto, portado por seis escolares que evocan en sus penas diversas una versión infantil de Los Burgueses de Calais de Rodin.
Tras largos estudios de filosofía, llegó tarde a la novela, género que siempre ha concebido como una fabulación en apariencia tan convencional como sea posible, recubriendo una infraestructura metafísica invisible, pero dotada de una activa irradiación. Y es en este sentido por lo que a menudo se pronuncia la palabra mitología a propósito de su obra.
Si hubiera que buscarle un ancestro y colgarle una etiqueta, podría pensarse en J .K. Huysmans en la de naturalista místico. Pues a sus ojos es hermoso, incluso la fealdad; todo es sagrado incluso el lodo.
Sobre el amor decía: «Hay una señal infalible en la que se reconoce que uno ama a alguien con verdadero amor, es cuando su rostro nos inspira más deseo físico que ninguna otra parte  de su cuerpo».
De tener una tumba, éste es el epitafio que hubiera  querido que se inscribiese en ella:
«Yo te he adorado, y tú me lo devolviste centuplicado. ¡Gracias, vida!»



* Un diario realizó una encuesta sobre el siguiente tema: ¿Cuál será para usted el gran acontecimiento que marcará el año 2000? Respondí sin vacilar: mi muerte. Y evoqué el vasto y suntuoso cortejo que acompañará mis despojos hasta el Panteón, a los sones del Allegreto de la Séptima Sinfonía de Beethoven. Y me dirán: ¿por qué morir el año 2000? Porque tendré 76 años. Mi padre murió a esa edad, y lo mismo el  suyo, y así sucesivamente. Es una buena edad para morir. Con un poco de suerte y de razón, se evitan así los sufrimientos y las humillaciones de la vejez, y además ya basta; ¿no es suficiente esa cantidad de vida, siendo así como es?) (N. del A)
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