AMÉRICA
LATINA, ¿UN ALFIL SIN ALBEDRÍO?
Sustituir el dominio de las circunstancias y el azar
sobre los individuos, por el dominio de los individuos sobre el azar y las
circunstancias.[i]
ÁLVARO LOBO
URQUIJO
AMÉRICA
LATINA, ¿UN ALFIL SIN ALBEDRÍO?
A la memoria de Ana Cristina, Santiago, Mario Fredy y
Armando.
ÍNDICE
PREFACIO
De aquellos polvos vienen
estos lodos…
Las teorías del desarrollo
económico fueron objeto de reflexión en América Latina durante mucho tiempo. Se
buscaba responder al interrogante de cómo sería posible que se diera un
adelanto económico en estos territorios, que condujera a un progreso social y
redimiera a la mayoría de la población hundida en la pobreza. Se creía que el
capitalismo arraigaría en la región mediante la industrialización y atrás
quedaría la especialización en la producción de materias primas con destino a
las metrópolis, el viejo sistema heredado del siglo XIX.
A lo largo del debate sobre
la forma de encontrar la senda del desarrollo, lentamente se fueron dejando de
lado, por insatisfactorios, argumentos de carácter antropológico, geográfico y
cultural que pretendían explicar el atraso y la pobreza. Sin embargo, fue un
hecho económico el que propició la primera transformación: la gran depresión
económica de los Estados Unidos, en 1929, originó la interrupción del comercio
exterior de América Latina —consistente
principalmente en exportaciones de productos básicos e importación de
manufacturas— y dio lugar al surgimiento
espontáneo, con una orientación heterodoxa, del célebre proceso de sustitución
de importaciones, acompañado de una clara intervención del Estado en la vida
económica de los países, dirigida a brindar apoyo a la incipiente
industrialización. Los resultados económicos, sociales y culturales fueron de
gran valor. Con posterioridad a estos eventos, se inició una amplia discusión y
surgió una teoría latinoamericana sobre el desarrollo.
No obstante, la marcha de la
industrialización adolecía de profundas fallas de origen político que
impidieron a la industria avanzar a la manufactura de bienes intermedios y de
capital, y proyectarse al mercado externo. Las élites ligadas al comercio y a
la tierra tuvieron una gran presencia en la esfera del Estado y su predominio
en el poder limitó de forma severa las transformaciones institucionales que
permitieran a la burguesía industrial profundizar la evolución. La escasa
capacidad competitiva de la industria se originaba más en las dificultades de
orden institucional que en las de tipo económico. La forma como estaba
distribuido el poder entre las diferentes élites impidió que los sectores con
vocación industrial lograran que sus aspiraciones se convirtieran en políticas
de Estado.
Desde el alba del siglo XX
las luchas intestinas entre las élites se destacaron por el influjo dominante
de los sectores comerciales y terratenientes, y dieron al Estado su sello
distintivo e influyeron para que los sistemas de gobierno tendieran al
despotismo en la mayor parte de los países. La influencia de estos grupos y el
sistema antidemocrático que predominó en gran parte del siglo tuvieron graves
consecuencias en la dinámica de la economía. Por una parte, los sectores
empresariales orientados a las actividades industriales no encontraron
seguridad y estabilidad en las políticas cambiaria, monetaria y crediticia para
evolucionar de forma sostenida a las exportaciones. Requerían un mayor poder:
“Solo una burguesía nacional unida y muy influyente podría llevar a cabo la
industrialización —más allá de una sustitución de importaciones relativamente
segura—, en una peligrosa etapa, orientada hacia la exportación.”.[ii]
Este fue un factor importante en el debilitamiento de la industria. Luego,
aparecieron otras condiciones que dieron al traste con el modelo. Por otra
parte, el carácter antidemocrático de las formas de gobierno facilitó una
acumulación de capital caracterizado por una gran desigualdad. Entre varios
factores, los significativos excedentes de población provenientes del campo que
llegaron a las ciudades a participar en las actividades industriales y
comerciales, facilitaron a las élites mantener en niveles bajos los salarios y
forjaron un esquema de distribución del ingreso distorsionado en detrimento de
los trabajadores. El cuasi estado de bienestar
—conformado por limitadas prestaciones de salud, pensiones y cesantías— solo
benefició a la burocracia estatal y a los trabajadores del sector formal que
constituían una minoría de la población trabajadora. La falta de instituciones
democráticas, además, impidió el escrutinio de los ciudadanos sobre la gestión
pública, lo que derivó en una práctica extendida de corrupción y dilapidación
de los recursos públicos. Asunto que se hizo más acusado cuando los regímenes
políticos fueron dirigidos por militares, lo que incidió de manera
significativa en la llamada crisis de la deuda.
En efecto, América Latina
requería recursos para financiar su desarrollo. Este fue, y continúa siendo,
una de sus mayores debilidades y es el reflejo de su escasa capacidad de
ahorro. Al empezar la década de los años setenta del siglo XX, obtener recursos
para satisfacer la necesidad de financiamiento era crucial. Esta situación
coincidió con un exceso de liquidez en los mercados financieros
internacionales, originado, a su vez, por los fenómenos de la inconvertibilidad
del dólar en oro y el incremento de los precios del petróleo —temas que se explican de forma prolija en la
primera parte de este ensayo —. La
concurrencia de estos dos factores condujo a una amplia financiación para
muchos proyectos, pero también propició una deuda exagerada en la mayor parte
de los países, que no guardaba relación con las necesidades. La presencia de
gobiernos militares y de civiles corruptos, con la complicidad de banqueros
venales, condujo a un sobreendeudamiento, con efectos económicos y sociales
devastadores. Se produjo la mayor catástrofe social en el siglo XX. Gran parte
del progreso ganado con el modelo de sustitución de importaciones, retrocedió.
Se habló, entonces, de la década perdida. En palabras del economista José
Antonio Ocampo, “¡No hubo una década sino un cuarto de siglo perdido!”.[iii]
Los índices de pobreza y desigualdad así lo confirman.
Al tiempo que esto sucedía,
corría paralelo un proceso histórico de lucha por la democracia en el
continente, que se vio afectado de manera notable por las constantes invasiones
norteamericanas en Centroamérica y el Caribe, dirigidas a poner en el poder a
gobiernos afectos a los intereses de las empresas de ese país. El éxito de la
Revolución cubana fue el origen de una peligrosa confrontación entre Estados
Unidos y la Unión Soviética. Muchos de los episodios que se derivaron entre
estas potencias llevaron a que se pagara un duro precio en vidas humanas y,
para la región, la guerra fue menos “fría” de lo que sugieren los recuentos
históricos.
En respuesta a la Revolución
cubana, Estados Unidos adelantó programas “blandos”, como la estrategia de la
Alianza para el Progreso, sistema de ayuda económica y social destinado a
contener la influencia comunista, e impulsó los Cuerpos de Paz, orientados a
matizar los sentimientos revolucionarios. Sus programas “duros” consistieron en
promover de forma indirecta intervenciones para deponer gobiernos
constitucionales. Los casos más representativos fueron los de Chile y Brasil, e
incentivar la confrontación en pequeños países con ayuda militar, como en los
trágicos casos de Centroamérica.
Por su parte, los ecos de la
Revolución cubana condujeron —con el apoyo de la Unión Soviética— a la aparición de múltiples movimientos
guerrilleros que se extendieron al menos a trece países. Su lucha, teñida de
una ideología radical, se planteaba como objetivo derrocar los gobiernos y dar
marcha a una revolución. Los gobiernos locales, en gran parte dirigidos por
militares, desataron una guerra irregular que en muchos momentos condujo al
horror de la guerra sucia y su secuela de torturas, desapariciones, masacres,
etc.
El fin de la Unión Soviética
y de la guerra fría, simbolizada en la caída del Muro de Berlín, agotó la
munición de nuestros conflictos. Gradualmente fueron desapareciendo los
movimientos guerrilleros, salvo en Colombia. En este país, a contracorriente de
lo que sucedía en el continente, la lucha armada se intensificó. Aparte de las guerrillas
de orientación izquierdista, irrumpieron movimientos armados de extrema
derecha, denominados paramilitares, en algunos casos ligados a la élite
terrateniente. La persistencia de estos movimientos se sustentó, en gran
medida, en la renta del negocio de la cocaína. Guerrilla y paramilitares
tomaron a la población civil como objetivo de la guerra. Los estudios de casos
emblemáticos de reconstrucción de la memoria de la guerra, que muchos años
después haría el Centro Nacional de la Memoria Histórica, señalan que la
guerrilla, los paramilitares, la mafia del narcotráfico y algunos agentes de la
fuerza pública dieron dinámica a las prácticas de guerra que en los años
noventa y principios del siglo XXI alcanzarían las más altas cotas de
devastación y muerte en casi todas las regiones. Los paramilitares acudieron a
asesinatos selectivos, infiltración del Estado, masacres, desapariciones,
torturas, violencia sexual, desplazamiento de poblaciones. Por su lado, la
guerrilla orientó su accionar, en buena parte, con ataques a la infraestructura,
secuestros, toma de pueblos, amenazas, siembra de bombas antipersona en
muchísimas zonas pobladas. Las detenciones arbitrarias, bombardeos
indiscriminados, torturas, y todo un repertorio de arbitrariedades, fueron
rasgos distintivos de algunos agentes de la fuerza pública. Al tiempo que esto
sucedía, sectores minoritarios de la guerrilla adelantaban negociaciones para
renunciar al uso de las armas e incorporarse a la vida civil a cambio de
reformas del sistema político. Entre tanto, los carteles de la mafia declararon
una guerra a muerte al Estado con el propósito de evitar su extradición a los
Estados Unidos; sus métodos, como en los casos anteriores, consistieron en
actos terroristas en una escala nunca antes vista. Además, se aliaron con las
fuerzas paramilitares para perseguir a la guerrilla, como respuesta a los
secuestros que esta adelantaba en su contra y, de nuevo, sus ataques fueron
contra la población que identificaba como simpatizante de aquella.
Por fin en el año 2004 se
iniciaron negociaciones con las fuerzas paramilitares: se promulgaron leyes de
sometimiento y se culminó con el desmonte formal de sus estructuras militares.
Hubo una significativa reducción de la violencia. Muchos de sus integrantes
migraron a otras formas delincuenciales, las llamadas “ bandas criminales”. Por
su parte, el sector mayoritario de la guerrilla inició con el gobierno
negociaciones en el año 2012, dirigidas a poner fin a la guerra, en la ciudad
de La Habana. Por primera vez, después de varios intentos, en esta ocasión se avanza
en la agenda acordada. Si bien existe incertidumbre sobre ciertos aspectos del
proceso, parece existir un auténtico anhelo entre los colombianos de que la
guerra llegue a su final.
En América Latina, hacia los
años noventa, se estableció el nuevo paradigma del modelo librecambista y se
presentó el regreso de la democracia. Las viejas prácticas de golpes de estado,
desaparecieron. Las acciones armadas de Estados Unidos llegaron a su fin con
las esperpénticas invasiones en Grenada y Panamá. Se inauguró un nuevo sistema
de dominación en el que no se requería la violencia física sino la disciplina
económica. Las entidades de crédito multilaterales vinieron a disciplinar a los
países y su guía fue lo que John Williamson llamó el Consenso de Washington.
Desde entonces, el continente es gobernado por regímenes democráticos. La
experiencia de los últimos veinticinco años señala que funciona una democracia
con todo el ritual de elecciones y el sistema parlamentario, lo que sin duda
representa un factor civilizador de la vida política.
Un examen de los efectos del
modelo librecambista vigente en estos años indica que se presentaron
importantes beneficios, como el control a la inflación y la disciplina fiscal,
que estuvieron ausentes en el modelo de desarrollo anterior. Hubo otros
resultados que son claramente indeseables; la inscripción en la órbita mundial
de nuestras economías, a la manera de la nueva ideología liberal, significó una
mayor especialización en la producción de materias primas para las metrópolis.
La base industrial creada en medio siglo se erosionó y las actividades
financieras y de servicios crecieron de forma notable. La dependencia de sector
externo sigue siendo una gran debilidad, de tal suerte que las dos crisis
internacionales que afectaron al capitalismo, en los años 1997 y 2008, tuvieron
en la región grandes y negativas repercusiones. El crecimiento global de la
economía fue lento e inestable, dinámica impuesta por el ritmo de la economía
mundial. No obstante, se vivió una época de expansión y modernización que no
redujo el grado de informalidad ni disminuyó la desigualdad social. Esta región de la tierra es hoy considerada quizá la
más inequitativa del mundo. Guy Ryder, secretario
general de la OIT, lo dijo en estos términos: “América [Latina] sigue siendo la región más desigual del planeta y su
gran desafío es reducir la tasa de informalidad laboral, que sigue siendo `muy
alta.´”.[iv]
El camino recorrido de la
mano del modelo de sustitución de importaciones, entre 1930 y 1980, significó
un gran progreso económico, medido en términos de crecimiento, y se vivió un
adelanto social y cultural significativo. A pesar de ello, persistió una gran
desigualdad que fue fuente de pobreza y de conflictos sociales. Con el modelo
librecambista, instaurado a finales de los años ochenta, se presentó la
modernización del Estado, la mejor administración de la economía, la
vinculación al mercado mundial, el impacto en la vida cotidiana de las altas
tecnologías de la comunicación. Pero sobrevivieron algunos de los más antiguos
problemas: la economía informal y la inequidad social.
Pareciera que la economía
latinoamericana fuera tras una quimera —el crecimiento lento y errátil— sin conseguir reducciones drásticas en la
desigualdad social.
Hay, hoy, un olvido de la preocupación por el
desarrollo. Rápidamente se impuso una visión en la que predomina el criterio
del interés propio, la sustracción del Estado de la economía, la aclamación del
mercado como mecanismo idóneo para asignar los precios, así como su supuesta
capacidad de autocorrección y la contención a toda costa del gasto público a la
hora de atender las demandas de la población. Las reformas del Estado,
conducentes a su desmonte, fueron presentadas como un asunto de eficiencia. En
realidad, este reduccionismo, acotado a lo operativo, buscó el ocultamiento de
la dimensión política del asunto, para conseguir que la discusión que debía
darse fuera limitada a un aspecto técnico y, así, soslayar el debate político
en el que se escucharan las diferentes voces de la sociedad, como corresponde a
un sistema democrático.
Apareció, entonces, una
excesiva preocupación por el crecimiento económico. Desde diferentes lugares de
la sociedad se dio prioridad máxima al crecimiento del PIB. En tiempos
recientes, por ejemplo, uno de los periódicos destacados de Colombia ensalzó la
noticia sobre el crecimiento de la economía en el 2013, señalando que este es
el país que más crece en Latinoamérica, dando por sentadas las bondades del
crecimiento económico: “implica mayor disponibilidad de bienes y servicios,
mayor recaudo fiscal y, por tanto, mayores posibilidades de proveer bienes
públicos… y suele estar acompañado de menores niveles de pobreza, necesidades
básicas insatisfechas y de mejores niveles de salud y educación”. El informe
del periódico termina preguntándose qué tan lejos estamos de ser un país
desarrollado. Su respuesta es contundente: “Si el PIB per cápita crece al 4% —hoy
lo hace al 2%— Colombia tendrá un ingreso de país desarrollado antes del 2025”.[v]
Irónicamente, esta noticia habla de las bondades del crecimiento en el mismo
año en que en el país se presentaban manifestaciones generalizadas, por campos
y carreteras, reclamando mejores precios para los productos agrícolas y mejoras
en las condiciones de vida de la población del campo.
Aquellas conclusiones son
erróneas y lo son también las teorías que orientan las decisiones políticas, mismas
que condujeron a una situación social precaria y a una gran inequidad,
característica básica de Colombia.
Economistas y filósofos
conscientes del estado de desigualdad de nuestro mundo, como Joseph Stiglitz y
Martha Nussbaum, han señalado en múltiples ocasiones la idolatría de la época
actual por el crecimiento de la economía. “Ya se ha sacrificado demasiado en el
altar del fetichismo del PIB.”.[vi]
Es necesario reinterpretar este indicador como lo que es: medida de la
producción mercantil y no un índice del bienestar económico. Esta crítica
conduce a una inquietante cuestión. La economía, que es un medio para el bienestar
y la exaltación de lo humano, se convirtió en una finalidad; y los hombres, en medios
para cumplir el objetivo del crecimiento. Debemos retomar la vieja preocupación
por el desarrollo económico y social, insistir en que su objetivo es la lucha
por la plenitud de la existencia humana y redefinir el papel del Estado en la
sociedad. Requerimos una visión que esté más allá de la teoría tradicional —y su excesivo interés en el producto— y se preocupe realmente por los individuos:
que puedan tener vidas saludables, productivas y razonablemente largas; acceso
a la educación; y no solo vivir para morir sin participar de la vida
comunitaria y política; sin disfrutar del amor, la amistad, el arte, la
ciencia, la literatura, el juego y la poesía. Para construir esta visión se
precisa una mirada multidisciplinaria. El hombre no puede ser pensado solo como
un egoísta, maximizador de utilidad, tal como lo concibe la economía
neoclásica. Es indispensable ampliar los horizontes y considerar el asunto
desde otras perspectivas.
Las preocupaciones iniciales
de la ciencia económica por el bienestar humano fueron olvidadas. Con el avance
de la complejidad del mundo, necesitó una teoría más amplia y mejor conformada
para hacer deducciones, proposiciones y pronósticos a fin de resolver los
problemas que se le presentaban. Para esos propósitos le era propicia la
estructura de la matemática, en la que existen demostraciones
incontrovertibles. Ello solo puede hacerse por su constitución formal que
conecta —por necesidad lógica— todas las
proposiciones. Esto no es posible en las ciencias, ya que sus enunciados de
carácter empírico no tienen conexión lógica, son contingentes. Cuando un hallazgo
es aceptado en las ciencias, se dice que es solo plausible. Este resultado es
también otra hipótesis, de rango similar a las que le sirvieron de fundamento,
pero con mayor grado de credibilidad. Por esta razón, sus conclusiones están sometidas
a permanente revisión y cambio. Pero nadie revisaría un teorema matemático o
lógico. La economía puede llegar a una optimización con muchísimas restricciones,
dada sus limitaciones respecto a otras ciencias, como la física, por ejemplo. Quizá
desvió su rumbo en su excesiva búsqueda de la validez científica de sus
conclusiones y abandonó su finalidad y su origen que están ligados al
enaltecimiento del hombre. Es primordial que vuelva a sus raíces, esté a favor
de la sociedad y contribuya, al lado de las ramas humanísticas y sociales, como
la historia, la filosofía, la literatura, etc., a una construcción plena de la
realidad y al bienestar social.
“Digámoslo muy claro: La
disciplina económica aún no ha abandonado su pasión infantil por las matemáticas
y las especulaciones puramente teóricas, y a menudo muy ideológicas, en
detrimento de la investigación histórica y de reconciliación con las demás
ciencias sociales.”[vii]. La asociación
internacional de estudiantes de economía expresa esa preocupación de la
siguiente manera: “La enseñanza de la economía debe incluir enfoques
interdisciplinarios y permitir a los estudiantes interactuar con otras ciencias
sociales y con las humanidades. La economía es una ciencia social; los
fenómenos económicos son complejos y rara vez se pueden entender si se
presentan en el vacío, aislados de sus contextos sociológicos, políticos e
históricos. Y para poder discutir sobre política económica adecuadamente, los
estudiantes han de entender los impactos sociales y las implicaciones morales
de las decisiones económicas.”[viii].
En este ensayo hago una
breve reconstrucción del tránsito de América Latina por dos modelos de
desarrollo en la última centuria para señalar, entre otras cosas, que, pese a
los progresos registrados en vastos campos, continúan existiendo carencias sociales
notables, cuya existencia amenaza el experimento democrático que vivimos. Para
que la democracia sea sostenible se requiere ir más allá de las formalidades
políticas e inducir transformaciones en la sociedad que reduzcan la desigualdad
y eliminen los escandalosos grados de injusticia. El Estado no puede
desentenderse de sus responsabilidades redistributivas en interés de los
equilibrios macroeconómicos. Quizá sea la hora de arriesgarnos y poner al
hombre en el centro de las políticas públicas. Tendríamos que asumir una visión
práctica, abandonar el dogmatismo abrumador que generan las ideologías y
plantearnos al hombre como el principal objeto de nuestras preocupaciones. Creo
que el enfoque de las capacidades de Amartya Sen y Martha Nussbaum cumple buena
parte de estos requisitos y sitúa la controversia sobre el desarrollo en el
punto más conveniente, por cuanto no concentra su atención en el economicismo
que ahoga la experiencia humana, ni desconoce la importancia de la economía,
sino que parte de la preocupación de qué son capaces de hacer y ser los seres
humanos. Plantea la necesidad de que el Estado propicie, con todos sus
recursos, la libertad del individuo —proveyendo los medios a fin de asegurar
sus capacidades mínimas— para que este
ejerza su autodeterminación moral. La rica discusión condujo a propuestas
claras a los gobiernos sobre la forma de actuación a fin de mejorar la calidad
de vida de las personas. Por supuesto, que van en contravía de la ideología
neoliberal reinante en el continente. Martha Nussbaum recomienda una lista de capacidades
mínimas que los gobiernos deberían promover entre sus ciudadanos para
asegurarles una vida digna. Revisar esa lista y establecer un examen público en
torno a su factibilidad, resulta estimulante en el debate sobre los pasos que
debería dar la región.
¿Acaso podremos escapar de
las fórmulas que las instituciones de crédito multilaterales imponen a nuestros
países y pensar por nosotros mismos alternativas que conciban al hombre como el
objeto de la máxima atención? ¿Quizá sea posible crear un entorno de menor
desigualdad que haga sostenible la democracia?
El ensayo está conformado
por tres secciones, aparte de este prefacio. En la primera, se presenta una
visión histórica de los hechos y resultados a lo largo del periodo de vigencia de
los modelos de sustitución de importaciones y de librecambio; esta es
propiamente la visión económica del asunto. En la segunda sección, se hace un
análisis conciso del proceso que fluyó paralelo al económico, en la lucha por
la democracia. En la sección final se reflexiona sobre la pertinencia del
enfoque de las capacidades.
Reconocimientos
La reflexión en este estudio
se nutrió de importantes obras. Mencionaré tres de ellas:
El luminoso estudio de José
Antonio Ocampo, escrito en colaboración con Luis Bártola: Desarrollo, vaivenes y desigualdad. Una historia económica de América
Latina desde la independencia. Igualmente, la obra de Ha-joon Chang ¿Qué fue del buen samaritano?; así como La democracia en América Latina: Hacia una
democracia de ciudadanos y ciudadanas del PNUD.
Dos estudios sobre la obra
de Amartya Sen resultaron esclarecedores para el autor: El sujeto activo: Antropología política en Amartya Sen, de Andrés
Eduardo Saldarriaga Madrigal, y El
enfoque de las capacidades de Amartya Sen: Alcances y límites, de Martín
Urquijo.
Las obras de Amartya Sen y
Martha Nussbaum constituyeron la base filosófica que guía mi reflexión. En la
sección de bibliografía se hace un detallado registro de los trabajos
consultados.
Agradecimientos—.
Mi agradecimiento a Gonzalo
Betancur Urán —mi antiguo profesor de Teoría del desarrollo—, con quien tuve la
oportunidad de compartir durante muchas tardes las ideas aquí expresadas y
beneficiarme de sus comentarios, así como de sus recomendaciones a las versiones
iniciales del informe.
Agradezco al profesor Jairo
Ibarbo Sepúlveda su guía por los intrincados caminos de la filosofía práctica y
sus comentarios a versiones preliminares del documento. Asimismo, valoro la
colaboración en la recolección de información y en la lectura crítica de este
documento por parte del economista Juan David Guerrero Agudelo, y las valiosas
sugerencias del abogado Álvaro Gil Araque, que contribuyeron a hacer un poco
más ordenadas las ideas presentadas.
En esta, como en otras ocasiones,
recibí la colaboración entusiasta de José Raúl Jaramillo Restrepo en la
revisión y corrección del texto. Vaya mi gratitud por su dedicación.
Mientras realizaba las
actividades de investigación y redacción recibí el constante estímulo y apoyo
de mi esposa y mis dos hijos; a ellos expreso mi agradecimiento.
Las ayudas y orientaciones
que recibí, desde luego, no me eximen de la responsabilidad sobre los defectos
de este estudio.
ECONOMÍA LATINOAMERICANA: MARCHA ERRÁTIL TRAS UNA QUIMERA
La edad dorada
del capitalismo fue el tiempo comprendido entre el fin de la II Guerra Mundial y
el inicio de la década de los setenta, y su mayor logro sin duda fue la
creación del estado de bienestar.
Pero en los años setenta se presentó en el mundo industrializado una crisis
económica profunda y prolongada que interrumpió el crecimiento sostenido desde la
postguerra.
El final de la edad
dorada —después se verá que sus bases eran débiles— fue propiciado por muchos factores.
Hubo algunos muy visibles que precedieron la mencionada crisis y cuyos efectos
fueron demoledores para la dinámica del sistema: la declaratoria de
inconvertibilidad del dólar en oro en 1971 y el embargo petrolero de la OPEP en
1973. Se examinará brevemente cada uno de ellos.
Fin del patrón oro
Al terminar la II Guerra Mundial quedaron destruidas las
naciones europeas y consolidado el poder de Estados Unidos como la principal
potencia económica y militar de la tierra. En la célebre reunión de Bretton
Woods en 1944, los aliados occidentales establecieron un nuevo régimen monetario.[ix] La
conferencia se caracterizó por la controversia entre ingleses y norteamericanos,
lo que, por cierto, reflejaba la lucha por la hegemonía del poder.
Inglaterra proponía la creación de una institución,
con jurisdicción internacional, que regulara los movimientos monetarios. Sugería
la creación de una moneda universal y un mecanismo de crédito compensatorio
encaminado a subsanar déficits de balanza de pagos. Su posición estaba
inspirada, en realidad, en su debilidad, y su propósito era obtener apoyo destinado
a limitar el poder norteamericano. Pero también en este terreno debió
resignarse a ser un imperio en decadencia. La propuesta, presentada y defendida
por John Maynard Keynes, fue derrotada.
Finalmente, el grupo de los diez [x] acordó
lo siguiente:
1.
Definición
de la moneda (el dólar) con respecto al oro.
2.
Unidad
del tipo de cambio para todas las transacciones.
3.
Estabilidad
entre los tipos de cambio, sin dejar fluctuar la moneda más del 1%.
4.
Creación
del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Acuerdo
General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Esta entidad evolucionaría
y se convertiría en la Organización Mundial de Comercio (OMC).
5.
Los
países entregarían una cuota a las nuevas instituciones, constituida por moneda
nacional en un 75% y el resto en oro. Cada país adquiriría el derecho a un
voto.
6.
Los
créditos que se concederían no serían automáticos sino condicionados a que el
país beneficiario aceptara las recomendaciones de las nuevas instituciones
financieras.
En la primera época de la postguerra el mineral se
mantuvo estable y las monedas europeas se devaluaron, lo cual puso al dólar en
una posición privilegiada. El proceso evidenciaba el gran avance económico de
Estados Unidos. Su producto interno bruto representaba la mitad de la
producción mundial,[xi] situación
que permitió a los inversionistas de este país adquirir empresas en Europa a un
bajo precio. Se inició el auge de sus exportaciones de capital. En los años
siguientes, en virtud de la enorme liquidez, los mercados “creían” que la
Reserva Federal tenía el criterio de “producir” dinero por encima de sus
reservas efectivas.
En respuesta a esta liquidez, aparentemente sin un
respaldo real, se desató una fiebre especulativa por la compra del oro en 1968.
Los operadores del mercado conjeturaban que no se mantendría el precio de US$
35 la onza troy. En París el mineral alcanzó un precio, nunca antes registrado,
de US$ 44 la onza troy. Para confrontar la situación los miembros del Gold Pool[xii]
se reunieron en Washington y acordaron que todas las transacciones entre los
bancos centrales continuarían a US$35 la onza troy, pero que no venderían el
metal en el mercado primario. Se establecieron, así, dos mercados: precio fijo
de US$35 entre los bancos centrales y precio fluctuante en el mercado privado.
Se acordó también que los aliados no presionarían la convertibilidad ante la
Reserva Federal. El gobierno norteamericano recibió un gran alivio porque en
medio de la guerra fría debía solventar la carrera espacial y lidiar con la guerra
de Vietnam. Fue un alivio transitorio, pues las bases de su posición dominante
no estaban sustentadas en un progreso constante de la productividad de su
industria, sino sostenidas en gran medida en su poder militar y en el control
monetario. Por lo que la convertibilidad llegó a ser insostenible.
El 15 de agosto de 1971 el presidente Nixon decretó la
inconvertibilidad, lo que de hecho significó una devaluación del dólar y la
terminación unilateral del principal punto de los acuerdos de Bretton Woods. Por
primera vez el mundo estaba sustentado en una moneda sin respaldo de un metal, solo
por el poder económico y militar norteamericanos.
El ciudadano corriente se acostumbró a lo largo de una
generación al papel moneda no redimible a un precio fijo. Keynes llamó a esto
el paso de la edad del dinero-mercancía a la edad del dinero-representación.
Una visión menos caritativa es que este dinero inconvertible posee un valor
dictado tan solo por la fantasía de los políticos que pueden imprimir tan poco
(o tanto) como les plazca.[xiii]
El oro perdió su principal virtud, que era la
estabilidad de precios. Se había utilizado como patrón desde 1717, cuando Sir
Isaac Newton, como presidente de la Casa de la Moneda, estableció un precio
fijo de tres libras, diecisiete chelines y diez peniques y medio por onza troy.[xiv] Este
precio se mantuvo estable hasta 1931. En nuestros días puede variar de US$400 a
US$800 en corto tiempo. Desde luego que la explicación de este fenómeno se
encuentra en la inconvertibilidad y en el exceso de emisión. La ausencia de
verificación y control sobre la emisión condujo a la “producción” ilimitada de
dinero. En esta época alguien dijo en Washington: “Podemos imprimir dólares con
mayor rapidez que los árabes bombean el petróleo.[xv]”.
Los bancos se encontraron con una inmensa liquidez.
La reacción inmediata de los mercados a esta decisión
fue la de deshacerse de la liquidez, invirtiéndola en activos que no perdieran
su valor, como el petróleo, por ejemplo. Los precios de estos bienes,
expresados en dólares, se incrementaron de forma significativa y se desencadenó
un proceso inflacionario.
La excesiva liquidez incentivó la reconstrucción de un
mercado de capitales a escala sin precedentes. Más adelante, cuando a esta
situación se sumen los efectos de la recesión y la disminución de la demanda de
crédito a los bancos por parte de las empresas, debido al resurgimiento de formas
de financiación no bancarias —como la emisión
de bonos y acciones—, surgirá el interés de los bancos por buscar otros
mercados.
Embargo petrolero
Las consecuencias de la desaceleración, posteriores a la
eliminación del patrón oro, se verán magnificadas en 1973 por el formidable
incremento de los precios del petróleo. El 23 de agosto de ese año, la Organización
de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en represalia al apoyo brindado por los
aliados occidentales a Israel en su guerra contra Egipto y Siria —la llamada guerra del Yom Kippur—, declaró el embargo de petróleo. Las consecuencias de
la crisis petrolera se transmitieron de forma rápida por todo el planeta. En
diciembre, el precio del petróleo en el mercado pasó de US$3 el barril a cerca
de US$12.
El pánico se apoderó de los mercados y de los
consumidores. El desconcierto fue tal que muchos consideraron que las empresas
multinacionales del petróleo “amenazaban con socavar algo que los
norteamericanos habían llegado a tener por un derecho tan básico y venerado
como la libertad de expresión, de prensa y de reunión: el derecho a adquirir su
petróleo y su `automovilidad´ por poco dinero.”.[xvi]
La nueva situación produjo, por un lado, una gran
dificultad económica. En Estados Unidos la recesión se prolongó desde finales
de 1973 hasta el primer trimestre de 1975. Inducida por el aumento extraordinario de los precios del
petróleo, la economía se contrajo en tanto que la inflación se incrementó. Se
produjo una estanflación.[xvii]
Por otro lado, los miembros de la OPEP se encontraron
con una inmensa riqueza líquida que fue depositada en los bancos internacionales,
especialmente en Europa —el mercado de los petrodólares—. Esta liquidez, unida
a la creada por la inconvertibilidad, incentivó en gran medida a los bancos a
organizar el mercado de capitales en la búsqueda de una mayor rentabilidad.
Como ya se indicó, las grandes corporaciones habían disminuido la demanda de
créditos porque encontraron formas más adecuadas a sus necesidades en la
emisión de bonos y de acciones. El cambio en la demanda condujo a los bancos a
buscar en el Tercer Mundo —que crecía a ritmos
elevados impulsado por la sustitución de importaciones, especialmente en
Latinoamérica— nuevos mercados donde invertir sus fondos. A diferencia de las
experiencias del auge de los años treinta, basadas en la compra de bonos
emitidos por las naciones, en esta ocasión se diseñó el mecanismo directo de
los bancos a los gobiernos, sus empresas públicas y al sector privado.
Modelo de sustitución de
importaciones
Luego
de la gran depresión de 1929, América Latina halló que la caída abrupta del
comercio cerraba las posibilidades de sustentar su crecimiento en la
exportación de los productos primarios, como había ocurrido desde finales del siglo
XIX con el modelo primario exportador. La sustitución de importaciones se
presentó como una necesidad. En un principio fue una reacción espontánea y,
luego, los gobiernos emprendieron acciones dirigidas a apoyar el proceso.[xviii]“La
industrialización de América Latina fue un hecho antes de que fuera una
política, y una política antes de que fuera una teoría.”.[xix]
Las
circunstancias externas que propiciaron la implantación de la nueva estrategia no
eran suficientes; se requerían condiciones internas que propulsaran el proceso
y lo hicieran factible desde el punto de vista político. Gracias a las alianzas
entre las nuevas élites empresariales y de estas con amplios sectores populares
de los centros urbanos en crecimiento, se hicieron acuerdos tácitos que se
tradujeron en decisiones gubernamentales en favor del proceso económico en
marcha y, al mismo tiempo, permitieron que el sistema de dominación continuase
sin interrupciones, a pesar de los intereses contrapuestos de los grupos
participantes.
La
esencia de la estrategia era la sustitución de importaciones y la promoción de
la inversión pública. Se creyó que en la primera etapa se sustituirían las manufacturas
de bienes de consumo y procedería otra etapa de producción de bienes
intermedios y de capital.
Las
dificultades iniciales del proceso fueron enormes. Se había heredado un grave
problema de endeudamiento. No existía la forma de atender el servicio de la
deuda con los mercados del Centro en los años veinte. Fue indispensable adoptar
medidas severas encaminadas a enfrentar los déficits de la balanza de pagos. Se
acudió a la devaluación de las monedas locales, a elevados incrementos de los
aranceles y al control del comercio exterior. La interrupción del comercio llevó
en principio a una mayor intervención oficial. Se abandonó la ortodoxia económica
—en algunos casos se nacionalizaron empresas como, por ejemplo, la industria
petrolera en México—. Las políticas monetarias y fiscales se orientaron a
dinamizar la demanda y se tomó la medida extrema de declarar la moratoria del
pago de la deuda externa, medida que surtió un efecto positivo en el
crecimiento en los años treinta, si bien, comparado con los veinte, hubo un
crecimiento económico de solo 2,3%.[xx]
El
dinamismo de la producción manufacturera se sustentó en el mercado interno y
tuvo una continuidad restringida hacia las exportaciones de bienes intensivos
en mano de obra. Desde 1930 hubo crecimientos que permitieron un progreso
general. Pueden identificarse tres fases del proceso entre 1930 y 1980, a pesar
de que el subcontinente no está conformado por países con igual grado de evolución.
Sus diferencias obedecen a sus desiguales dotaciones de recursos naturales, sus
localizaciones respecto a las rutas de comercio y, primordialmente, a la
singularidad de los procesos políticos que condujeron a que unos evolucionaran
más rápido que otros.
En
la primera fase, de 1930 hasta la postguerra, se realizaron planes orientados a
promover nuevas industrias y se disminuyó el extremo grado de dependencia de
las importaciones. En la siguiente, de la postguerra a 1960, la característica
dominante continuó siendo la escasez de divisas, la captura del Estado por
sectores que consiguieron expresarse políticamente y obtener niveles de
protección arancelaria incondicionales, lo que dio lugar a una protección
indiscriminada y permanente que fue desvirtuando el espíritu inicial. Los
esfuerzos de integración regional dirigidos a ampliar los mercados fueron inútiles.
La
última etapa fue el cenit de la industrialización. Entre 1973 y 1974 se
presentaron los mayores tamaños relativos de la industria manufacturera. Se
percibía con claridad el avance, el crecimiento económico y la evolución de los
indicadores sociales francamente era positiva. “De hecho, en la literatura de
los años setenta, varios países latinoamericanos, entre los que se destaca
Brasil, eran presentados internacionalmente como ejemplos de éxito exportador
junto con los `tigres asiáticos´”.[xxi]
Desde
entonces, la importancia relativa de la industria en unos casos se estancó y en
otros descendió, reflejo claro de un proceso de desindustrialización. En esta
etapa se iniciaron de forma explícita los estímulos a las exportaciones,
buscando configurar un modelo mixto; asimismo, se inició un proceso de
desregulación de la actividad económica, aspecto que fue más evidente en el Cono
Sur y estuvo acompañado de un cambio significativo en el debate intelectual en
el que se descalificaba el papel del Estado en la actividad económica y, por
supuesto, los cambios fueron ejecutados por dictaduras militares.[xxii]
En
tanto que en las naciones ricas los ciclos económicos se originaban en las
variaciones de la demanda, en la región, en todo el siglo XX, tuvieron su causa
en la balanza de pagos, es decir, en las restricciones en el comercio exterior
y en el financiamiento externo. La estrategia de industrialización encontró severas
limitaciones por la persistencia de desequilibrios externos y por la
incapacidad de generar ahorro que sustentara las nuevas inversiones. El acceso al
mercado de capitales era limitadísimo. Precisamente, por ese motivo, los
gobiernos tradicionalmente acudieron a los controles de cambio como mecanismo
de ajuste de los déficits de la balanza de pagos, lo cual reforzaba el carácter
proteccionista del régimen. La incapacidad de generar ahorro interno, unida a
las dificultades de acceso a la banca internacional, creó un círculo vicioso de
políticas proteccionistas indiscriminadas. Más adelante se analizará la salida
que se encontró a tan delicado problema.
El
sector industrial fue el centro de la intervención estatal, pero sus acciones
no se limitaron solo a ese campo: también se extendieron hacia los servicios
públicos y financieros, la construcción de infraestructura, el establecimiento de
empresas en sectores claves y se adelantaron planes de salud pública con un
impacto directo positivo en la población. Estas acciones, unidas a los
adelantos económicos y la creciente urbanización, indujeron una mejora general
en la salud de la población, cuyo resultado principal consistió en desatar un
proceso de transición demográfica singular en la historia. Entre 1930 y 1965 se
presentó una disminución de la mortalidad, acompañada de un incremento de la fecundidad
y de la nupcialidad, así como una clara tendencia a uniones muy tempranas y a
una reducción del celibato, que condujo a un incremento extraordinario de la
población, a una verdadera explosión
demográfica[xxiii].
Las
variables básicas del sistema de reproducción demográfica —natalidad,
nupcialidad, mortalidad y movilidad espacial—
sufrieron grandes transformaciones, pero no en todos los lugares ocurrió
de la misma manera. En la ciudad de La Habana y en algunas del Cono Sur —que
habían recibido flujos migratorios europeos significativos — la esperanza de
vida era, al empezar el siglo, de 39 años, similar a la de Europa.[xxiv]
Pero estos eran casos excepcionales. En el resto era de 30 años, en 1930. Desde
ese momento se adelantaron campañas de salud pública, de vacunación, de
higiene, de prevención de enfermedades infecciosas. Se construyeron centros de
salud, dispensarios, hospitales, lucha permanente contra el paludismo y se
adoptaron nuevas prácticas médicas que dieron como resultado, en 1960, una
esperanza de vida de 60 años. “En solo tres décadas, a partir de 1930, se
recorrió el camino que le llevó 200 años a los estados europeos.”[xxv]Algunos
países se tomaron quince años más, como Ecuador, Perú y los centroamericanos,
salvo Costa Rica.
La
favorable dinámica del índice de mortalidad trajo consigo una evolución
positiva de la de fecundidad. Las mejoras sanitarias en los embarazos y los
partos, así como la mayor duración de los matrimonios por la reducción de la
viudez, elevaron los ritmos de fecundidad hasta 1965. Esta evolución condujo a
cambios notables en la estructura de edades, hubo más población joven y también
aumentó la dependencia familiar.[xxvi]
En consecuencia, tendió a crecer más rápidamente la población global que la
población en edad de trabajar y una porción importante de las mujeres continuó en
los hogares al cuidado de los hijos, a pesar de las mejoras en su nivel educativo.
Hacia
1960 se inició una reducción de la fecundidad impulsada por el uso generalizado
de métodos anticonceptivos: píldoras, dispositivos intrauterinos, esterilización
y abortos. Se registraron descensos en la fecundidad hasta de 60% en 1985, con
respecto a las de 1960, salvo en Bolivia, Nicaragua, Salvador, Guatemala y
Haití, cuyas tasas de fecundidad y de mortalidad continuaban siendo elevadas,
debido probablemente a la lentitud de su adelanto económico y social.
Esta
tendencia de la fecundidad dio origen a una nueva transición demográfica en
corto tiempo. El proceso se inició principalmente en las grandes ciudades y
entre mujeres de la clase media que habían tenido acceso a la educación. Esta
actitud moderna estaba en línea con la evolución del primer mundo y lentamente
se fue extendiendo entre las latinoamericanas. En 1985 el ritmo global de
fecundidad se había reducido casi a la mitad respecto al de 1960 en gran parte
de los territorios, menos en los más azotados por la pobreza.[xxvii]
La consecuencia inmediata fue un incremento de la participación de la mujer en
el mercado de trabajo y, en general, una creciente dinámica de la población en
edad de trabajar.
La
sucesión de los dos procesos de transición demográfica en tan breve tiempo,
acompañado del rápido crecimiento de la urbanización, desembocaron en un incremento
de la población urbana del 4,4% entre 1950 y 1970, y la tasa de urbanización
entre 1930 y 1980 pasó del 30% al 57%. Esta dinámica en tan corto tiempo
histórico creó problemas inéditos.[xxviii]
La
situación demográfica —reducción drástica de la mortalidad y la fecundidad y menor
ritmo de crecimiento de la población global— produjo un nuevo panorama cuyo factor más
relevante fue la existencia de un bono
demográfico. [xxix]
Esto significó una menor presión de la demanda de la población infantil y una
oportunidad de realizar inversiones de impacto social en la educación, la salud
y lucha contra la pobreza. La duración del bono demográfico es un compás de
espera que puede aprovecharse y reorientar por un tiempo las actividades
oficiales hacia otros sectores de la sociedad. Desde luego que la duración del
bono no es indefinida. Entre el 2020 y el 2035 terminará ese tiempo, salvo en Guatemala,
Bolivia y Paraguay, cuya duración irá más allá de 2050.[xxx]Esta
oportunidad no ha sido hasta ahora aprovechada.
En
el tiempo del modelo de sustitución de importaciones, comprendido entre la gran
depresión de 1929 y la crisis de la deuda en 1980, el crecimiento económico
promedio fue de 5,5%, el más alto alcanzado en la historia. Estuvo acompañado
de una dinámica demográfica sin antecedentes. En 1929 la población era de 100
millones, en 1950 pasó a 158 millones y en 1980 a 349 millones de habitantes. Y
en los mismos años, la población urbana fue de 32%, 45% y 65%.[xxxi]
Los países de mayor avance relativo al inicio del proceso —los del Cono Sur y Cuba—se rezagaron, y los
de gran tamaño —Brasil y México— tuvieron mejor desempeño, lo cual indica que
el tamaño de sus mercados fue un factor determinante. Las transformaciones
sociales permitieron gestionar con relativo éxito dos grandes procesos: el
crecimiento urbano y las transformaciones demográficas. Su principal logró fue
extender la duración de la vida humana de 30 a 60 años en promedio. La
educación universal fue objeto de un gran impulso, así como los métodos de
capacitación y en menor medida los de salud.
Los
indicadores sociales evolucionaron de forma rápida, como no lo habían hecho en
otro tiempo. Entre 1940 y 1980 los índices sociales experimentaron un gran
progreso, pero se estancaron en los últimos veinte años del siglo XX e incluso
se presentaron algunos retrocesos. El empleo urbano avanzó a costa de una
creciente informalidad. La evolución de la pobreza fue menos alentadora. Los
datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) señalan
que en 1970 el 45% de los hogares era pobre y en 1980 esa cifra era de 35%.[xxxii]
La distribución del ingreso evolucionó de forma negativa. Los excedentes de
población provenientes del campo presionaron hacia la baja los salarios en las
ciudades. El escaso grado de sindicalización
—concentrado en el sector moderno—
y el régimen político contrario a los intereses laborales agravó esta
situación. América Latina, entonces, se convirtió en un territorio caracterizado
por la desigualdad social.
Surgió
una clase media vinculada gobierno y a las empresas privadas del sector moderno
y fue la única beneficiaria del cuasi estado de bienestar: salud, pensiones y
cesantías. El resto de la población quedó excluida de estos pocos beneficios.
Los
cambios ocurridos, así como la creciente urbanización, el ascenso de una clase
media con acceso a la educación, la consolidación de diarios y suplementos
literarios, la creación de las bases de lo que sería más adelante una
importante industria editorial, especialmente en la ciudad de Buenos Aires y en
el Distrito Federal de Ciudad de México —impulsada
en los años treinta por la migración de los refugiados de la Guerra Civil española—,
la aparición de modernos sistemas de comunicación, el avance significativo en
la alfabetización, el establecimiento de nuevas universidades y bibliotecas, entre
muchos otros asuntos, enriquecieron el medio cultural e irrumpió la figura del
escritor enteramente entregado a su actividad creadora, arriesgando todo su ser
a la apuesta de su obra, a diferencia de la mayor parte de los tradicionales señores
de letras del pasado, típicamente habitantes de un olimpo en el que el arte era
entendido como un ornamento en extremo sensible, alejado de la realidad
circundante y esclavo de reglas de las academias europeas.
Estos
escritores fueron apareciendo aquí y allá a lo largo del continente hasta
formar una constelación de artistas creadores de lo que se llamó la novela
latinoamericana. Roa Bastos provenía de Paraguay; Paz, Rulfo y Fuentes, de
México; Borges, Sábato y Cortázar, de Argentina; Carpentier, Lezama Lima y Cabrera
Infante, de Cuba; Asturias, de Guatemala; Guimarães Rosa y Lispector, de Brasil;
Onetti, de Uruguay; Vargas Llosa, en Perú; Álvaro Mutis, Germán Espinosa y García
Márquez, de Colombia, entre muchos otros. Ellos consiguieron darle una
identidad a América Latina en el mundo y una nueva forma de expresar la
experiencia humana.
Y tal vez en
eso consiste precisamente la tarea de nuestra narrativa actual: en ser índice,
imagen y presentimiento de trasformaciones profundas que están reestructurando
los fundamentos de nuestra sociedad. Porque la narrativa es un arte impuro,
arraigado tanto en la realidad social como en la vida interior, puede tal vez
dar mejor que ningún otro la síntesis de esta experiencia en un lenguaje íntimo
y universal[xxxiii]
Mercado internacional de capitales
Los
bancos europeos y norteamericanos —poseedores
de una inmensa liquidez— en los años
setenta emprendieron el camino de valorizar sus inversiones. Su entorno
inmediato era desolador por la recesión, debido a que las políticas fiscales y
monetarias adelantadas contra la inflación —según el nuevo dogma consagrado por
Milton Friedman en su contrarrevolución anti keynesiana[xxxiv]—
produjeron un profundo y persistente desempleo.
Esta
decisión creó el mayor auge y posteriormente también la mayor contracción de
crédito en la historia. Tal fue la liquidez en el mercado de eurodólares[xxxv]
que el tipo de interés en términos reales era negativo.[xxxvi]Múltiples
bancos se organizaron y formaron cárteles de acreedores[xxxvii]
con el propósito de canalizar sus capitales. Si bien los fondos se orientaron
con intereses reales negativos, su característica esencial era que estaban atados
a la Libor[xxxviii]
de forma variable. Así los bancos, por anticipado, se protegieron de las
eventuales fluctuaciones que se presentaran en los tipos de interés en el
futuro. Muchos tiempo después, fue descubierta una conspiración de los bancos
que operan en este mercado dirigida a manipular y obtener grandes utilidades de
forma ilegal.[xxxix]
Por supuesto que la contrapartida de esta
operación fue trasladar los riesgos de mercado a los deudores. La operación
resultaba atractiva a los bancos porque obtenían la liquidez en el Euromercado,
con costos atados a la Libor y prestaban cargando unos puntos a la misma tasa,
de modo que tenían garantizado un margen de rentabilidad. Pero aún restaba
evaluar la capacidad crediticia de los “clientes” —es decir, los países del Tercer
Mundo— y establecer con cierta precisión la solvencia y determinar el riego. Era
el camino correcto de las decisiones por parte de los acreedores, pero en aquel
momento la regulación bancaria era mínima y los bancos se aseguraban de actuar
coligados en operaciones sindicadas; [xl]además,
los deudores de última instancia eran las naciones y estas no se “quiebran”,
salvo en el caso de la deuda privada.[xli]
Solo después de la crisis desatada se elevarían los estándares en el manejo de
los riesgos y se exigirían niveles elevados de solvencia (“apalancamiento”
máximo) a los bancos, en los llamados acuerdos de Basilea.[xlii]
En
tanto los acreedores estructuraban el mercado en una gran escala, quienes eventualmente
serían los deudores vivían una situación de crecimiento favorable, bien distinto
a la recesión de las regiones industrializadas. Aquellos solían mantener situaciones
de déficits externos y fiscales, que propiciaron un “apetito” por los créditos
externos. Una visión más completa del paisaje exige considerar el papel jugado
por los organismos de la llamada banca multilateral —en unos casos actuaron
como orientadores de los acreedores con sus informes favorables sobre la marcha
de estas economías y, en otros, fueron directamente acreedores de última
instancia.
Las
inversiones que no habían podido realizarse encontraron una salida. En esta
coyuntura se dio un giro político de las élites locales que permitió realizar
alianzas internas y acuerdos con sectores externos orientados a canalizar los
recursos que correspondían a las prioridades y, en otros casos, facilitaron el
derroche o el enriquecimiento personal de los próximos a los grupos de poder. Más
adelante se señalarán con precisión los costos sociales, los sueños aplazados y
los nuevos cursos de acción derivados de esta encrucijada.
Los
gobiernos contribuyeron a la inadecuada utilización de los fondos. En unos
casos financiando mega-proyectos energéticos o de infraestructuras sin
consideración con el entorno natural, los llamados “elefantes blancos”. Se firmaron
contratos exagerados destinados a aventuras armamentistas, las dictaduras
venales acudieron a prácticas corruptas para enriquecerse y mantenerse en el
poder. Baste un ejemplo: la dictadura argentina —1976-1983— en el lapso de
siete años multiplicó 5,5 veces el valor del endeudamiento. Al término de su “gobierno”,
el saldo ascendía a US$45 mil millones. Yacimientos
Petrolíferos Fiscales — empresa argentina dedicada a la exploración,
explotación, destilación, distribución y venta de petróleo y sus productos
derivados— fue obligada por la dictadura a endeudarse. Pasó de US$372 millones
a US$ 6.000 millones. Muchas de estas divisas jamás llegaron a las arcas
oficiales. Hubo empréstitos tomados a bancos extranjeros que reingresaron a las
entidades acreedoras en forma de inversiones, obviamente con intereses inferiores
a los de los préstamos.”[xliii]
La
financiación —en este caso externa— que tanto se requería, terminó produciendo la
mayor crisis económica y social en el siglo XX. Tal vez las relaciones de poder
no fueron favorables a la burguesía industrial y sí lo fueron a los sectores
ligados al sector financiero y a las empresas multinacionales que terminaron
beneficiados con estos negocios.
“La
espada de Damocles terminó siendo, curiosamente, el acceso al financiamiento
externo, del cual la economía latinoamericana había carecido desde la gran depresión,
debido a la volatilidad que estuvo asociada con dichos recursos.”[xliv]Esta
deriva histórica habría de tener graves consecuencias en la siguiente generación.
Grupos
sociales resultaban ampliamente beneficiados con el endeudamiento externo,
situación que los alineaba con los intereses de los banqueros y los llevaba en
unos casos a soslayar los controles institucionales. [xlv]
En otros casos esta coincidencia facilitó el endeudamiento. Por cierto, no en
todos los países sucedió de la misma manera. Hubo similitudes, pero también
diferencias que se hicieron visibles cuando surgieron las dificultades del
repago. Esta advertencia es importante tenerla presente y evitar la extrema
simplicidad de considerar la región como una unidad socialmente homogénea, lo
cual puede conducir a distorsionar la realidad y a concluir que el continente
solo fue víctima de poderes externos —que sí lo fueron sus ciudadanos—; también
hubo elites que se beneficiaron de políticas agenciadas desde afuera y en esa
medida las apoyaron. La relación entre las fuerzas de los grupos sociales y las
alianzas de poder en cada país — cuando resultaron victoriosas— ejercieron una
dominación que se expresó en el discurso político y en las decisiones de
gobierno. Esto explica la existencia de regímenes rapaces y dictaduras
militares.
Quizá
esta fue la oportunidad perdida de construir una base productiva y exportadora,
similar al experimento exitoso llevado a cabo unos años antes en Corea del Sur
y otros lugares del Sudeste asiático.
Corea
decidió, con una orientación práctica y no ideológica, proteger las industrias
seleccionadas, mediante medidas arancelarias, subsidios, financiación y apoyo
en la comercialización en el exterior, hasta cuando fueron lo suficientemente
fuertes y pudieron resistir la competencia exterior. Algunos de los grandes
proyectos fueron realizados directamente por empresas estatales. Las divisas
escasas fueron controladas y utilizadas en la importación de maquinaria, equipo
y materiales acordes con su estrategia de industrialización.[xlvi]
Corea
alcanzó estos resultados gracias a una actitud antidogmática. Visión al
seleccionar industrias con potencial de competir, decisión al “crear” capacidades
competitivas, protección del mercado interno, fijación de objetivos de largo
plazo, disciplina, incentivos claros y decisión de determinar el final de la
política de protección. En realidad, Corea no es una excepción; recorrió, a su
manera, el camino seguido en su momento por Inglaterra y Estados Unidos, que
hoy predican el libre cambio como una religión:
Una vez que se ha alcanzado la cima de
la gloria, es una argucia muy común darle una patada a la escalera por la que se ha subido, privando así a otros
de la posibilidad de subir detrás […] y predicar a otras naciones los
beneficios del libre comercio, declarando en tono penitente que siempre estuvo
equivocada vagando en la senda de la perdición, mientras que ahora, por primera
vez, ha descubierto la senda de la verdad.[xlvii]
Crisis de la deuda
En
los años setenta América Latina acumuló casi US$100
mil millones de déficit en la cuenta corriente de su balanza de pagos. Esa
cifra fue cercana al aumento de la deuda pública desembolsada a largo plazo,
que pasó de US$15.874 millones a US$ 110.079 millones entre finales de 1970 y
finales de 1979; es decir, que aumentó en US$ 94.205 millones. Por su parte, el
saldo a corto plazo con los bancos privados llegaba en 1979 a US$41.310
millones.[xlviii]
Los dos factores analizados —la inconvertibilidad del dólar en 1971 y el
incremento de los precios del petróleo en 1973—
produjeron una crisis que se manifestó —por primera vez— en
estancamiento económico e inflación, así como en un creciente desempleo. No se
transmitió de forma inmediata a la periferia. Sus impactos llegaron más
adelante. Tres asuntos parecen explicar la situación: El primero, la
reorientación de las exportaciones locales hacia mercados con crecimiento de
importaciones elevadas. Segundo, una mayor participación de las manufacturas en
las exportaciones. El tercer factor quizá sea el más significativo: el
incremento continuo de recursos financieros externos a costos reales negativos.[xlix]Estos,
desde luego, eran provenientes del exceso de liquidez originado en los factores
antes mencionados.
Al terminar 1978 comenzaron a sentirse los resultados
del sobreendeudamiento. Los intereses pagados en aquel año crecieron 39%, es
decir, US$ 10 mil millones. El pago absorbió el 44% de los nuevos empréstitos:
“prestar para pagar”.
La vulnerabilidad era máxima. La estabilidad dependía en
alto grado de la disponibilidad de créditos externos. Se indujeron
devaluaciones orientadas a mitigar la dependencia y evitar la erosión de las
reservas. Justo en esas circunstancias, se presentó en 1979 un nuevo incremento
de los precios del petróleo, propiciado por la revolución iraní. De nuevo hubo aumento
en la transferencia de los países ricos a los miembros de la OPEP.
El efecto inmediato redujo el poder de compra de las
naciones industrializadas y desalentó aún más su crecimiento económico. El
estancamiento coincidió con la llegada al poder de Margaret Thatcher y Ronald
Reagan, quienes adelantaron una revolución ultraconservadora que tuvo graves resultados
inmediatos en el Tercer Mundo y consecuencias de largo plazo por sus teorías de
desmantelamiento del Estado y de libertad total de los mecanismo del mercado. Su
política monetaria de incremento súbito de los tipos de interés buscaba frenar
la inflación, pero elevó el valor adeudado, que había sido adquirido a costos
reales negativos en la década anterior, pero fijada de forma variable, de modo
que los costos reales subieron de forma exorbitante. “Las tasas de interés
pasaron del 4-5 % a mediados de los 70, al 16 – 18 % a principios de los 80, e
incluso superiores en los años siguientes.” [l]y,
dado que el saldo era inmenso, el pago de intereses se hizo extremadamente difícil
e implicó una transferencia masiva de capitales de Latinoamérica a los grandes
centros financieros.[li]
La recesión surgida en los mercados industrializados
desalentó la importación de los productos básicos de los países deudores, situación
que condujo al descenso del precio de las materias primas y los productos
provenientes de la agricultura, que conformaban parte de la base que atendería el
pago de las obligaciones.
En este contexto adverso, se registraron en 1980 las
primeras caídas del producto interno bruto de la región. Y por primera vez el
ingreso neto de capitales del exterior no cubrió el déficit de cuenta
corriente. Esto llevó a formular programas que indujeran una recesión y minimizaran
las pérdidas de reservas. A pesar de ello, al término del año se presentaron reducciones
significativas.
En 1980 el crecimiento regional fue solo de 1,5%,
seguido de una caída en 1981 de 0,9%; a lo largo de todo el decenio el
crecimiento fue tan solo de 1%.[lii]
Es importante resaltar que el resultado se originó en gran medida en el Norte. Su
exceso de liquidez y la laxitud de su regulación bancaria estimularon el
endeudamiento. Hubo grupos que se beneficiaban de esas operaciones. Igualmente,
los organismos multilaterales participaron activamente, bien como acreedores o
alentando a los bancos privados y a los gobiernos a contraer los créditos.
El 3 de febrero de 1978, el Banco Mundial hacía la
siguiente previsión:
El gobierno mexicano experimentará, casi con certeza,
un importante incremento de los recursos a su disposición. Un amplio aumento de
los ingresos por exportaciones, por petróleo que en los ochenta facilitaría
mucho la gestión del problema de la deuda externa y de las finanzas públicas.
El servicio de la deuda externa, que representaba el 32,6 % de los ingresos por
exportaciones en 1976, aumentará progresivamente al 53,1 % en 1978, y a
continuación se reducirá hasta el 49,4 % en 1980 y alrededor del 30 % en 1982. ¡Todo
lo contrario de lo que en realidad pasó! Los hechos contradicen la totalidad
del pronóstico.[liii]
Informes de esta clase creaban expectativas favorables
sobre la solvencia futura de México y “animaba” a acreedores y deudores al
endeudamiento.
El 20 de agosto de 1982 se reconoció plenamente el
comienzo del problema. Luego de transferir a los bancos privados
norteamericanos y europeos y al Banco Mundial enormes sumas en los primeros
siete meses de año, México informó a los mercados que le era imposible atender el
servicio de su deuda externa. En julio del año anterior, Costa Rica había
realizado un anuncio similar y otros Estados presentaban retrasos en el pago de
sus cuotas. Sin embargo, el anuncio de México se consideró grave debido a la
cuantía de su saldo. “Muy pronto la crisis abarcó a otros países en situación
similar, que también suspendieron el pago de sus compromisos externos, lo que
amenazó la solvencia de importantes bancos, en especial de los Estados Unidos.
Se marcó así el inicio de un prolongado proceso de ajustes, negociaciones y
turbulencias que tuvo gravísimas y duraderas consecuencias en la actividad económica
y humana de la región.”[liv]
Así se inició la llamada crisis de la deuda. En realidad ahora se expresaba, pero había sido
incubada desde los inicios de la década del setenta.
La recesión económica y la inflación hacían impagables
las acreencias. Cabían varias soluciones. Una, habría consistido en declarar la
moratoria e inmediatamente se habría producido una colosal quiebra del sistema
financiero. Otra, podría haber sido un acuerdo entre deudores y acreedores,
como corresponsables del problema, orientado a la reestructuración de todas las
operaciones crediticias, el otorgamiento de nuevos plazos y créditos
adicionales e impedir las transferencias masivas de los deudores a los bancos y
evitar la recesión. También existía la posibilidad de hacer cumplir a rajatabla
los contratos, suspender abruptamente los desembolsos, producir la virtual
quiebra de las naciones más endeudadas, garantizar que los bancos continuaran
su largo y tedioso camino de reportar cada año utilidades a sus socios y, por
supuesto, economizarles un desastre económico con eventuales repercusiones en
el empleo y en el bienestar de sus ciudadanos.
El poder de los acreedores y la participación de los
organismos multilaterales presionaron a lo largo de un duro proceso con el
propósito de impedir que se generalizara la declaración de moratoria y
condujeron a los deudores a acuerdos, en los cuales los acreedores se quedaron
con la parte del león y la región ingresó en una profunda crisis sin cuento.
La renegociación se dilató a lo largo de toda la
década. Pueden demarcarse tres grandes momentos: Uno, de 1982 a 1985, en el que
se presentaron tres rondas de negociación y el papel de liderazgo lo ejerció el
FM. Esta institución hizo empréstitos adicionales condicionados a la austeridad
de los gobiernos, quienes estaban obligados a realizar ajustes fiscales
mediante reducciones de gasto, incremento de impuestos y devaluaciones, a fin
de estimular las exportaciones y, así, generar recursos encaminados al pago de
las obligaciones. Mas los efectos recesivos de las reformas fiscales anularon
el incentivo a las exportaciones, produjeron un impacto social negativo y no
resolvieron el problema.
Otro periodo se desarrolló entre 1986 y 1988, llamado
Plan Baker.[lv]
Se ofrecieron nuevos fondos provenientes de la banca multilateral y de los
bancos comerciales; a cambio, los deudores debían emprender reformas estructurales
orientadas a abrirse al comercio, privatizar las empresas públicas y crear
incentivos de diferente índole para atraer inversión extranjera directa. Las
partes reaccionaron con cautela ante el plan. Los bancos se mostraron renuentes
a reanudar los desembolsos a clientes insolventes, por un lado. Por otro, los
países no estaban persuadidos de adelantar las reformas porque se encontraban
en recesión. En verdad, las ofertas de los bancos eran modestas frente a la
magnitud del problema, los intereses eran elevados y no se consideraba su
reducción. Los montos obtenidos fueron pocos y la ejecución de las reformas,
lenta.
El fracaso del Plan Baker, llevó al nuevo Secretario
del Tesoro, Nicholas Brady, entre 1988 y 1990, a formular un nuevo plan
orientado a reducir parte del principal de los créditos mediante varias
opciones. Una, consistía en convertir los préstamos vigentes en bonos emitidos
a 30 años, con un descuento del 35% sobre el capital y un margen de 0,8 sobre
la Libor. Otra, ofrecía un canje por bonos sin descuento sobre el principal,
con un plazo de 30 años y un costo 6,26% por debajo del precio de mercado. La
tercera alternativa establecía que los bancos comerciales proporcionarían fondos
hasta por un 25% de su exposición de riesgo y se les ofrecía una garantía
formada por un fondo de US$30 mil millones que crearían el FMI, el BM y Japón. Una
cuestión fundamental que subyacía en el plan de Brady era la modificación de
las normas tributarias y de regulación bancaria norteamericanas a fin de hacer viable
la propuesta a los bancos.
Once países altamente endeudados hicieron acuerdos en
el marco del Plan Brady.[lvi] El
monto de canje que se emitió fue de alrededor de US$ 150 mil millones y la
condonación estuvo en torno al 40% del principal.
Los bancos comerciales tuvieron mínimas pérdidas
porque la fracción condonada había sido pagada en virtud de los elevados costos
de los intereses que emergieron con posterioridad a los desembolsos. Su negocio
suponía la asunción de riesgos de mercado y de solvencia —que no fueron
correctamente evaluados en el momento del otorgamiento—. Los bancos estaban
obligados a realizar un cuidadoso cálculo del riesgo de crédito, es decir, determinar
cuál era la probabilidad de pérdida y si estos riesgos se hacían realidad
expresarlos en sus balances mediante provisiones.
Los fondos buitres[lvii]
compraron la deuda a precios irrisorios, luego “hicieron su agosto” cobrando
todo el principal y sus intereses, cuando los clientes recuperaron su dinámica.
Los perdedores netos fueron las naciones deudoras y,
por supuesto, sus habitantes, que cargaron con los costos. La región retrocedió
en su progreso social. La pobreza que en 1980 estaba calculada en 35% subió a 41%
en 1990 y solo volvería a los niveles de 1980 veinticuatro años más tarde, lo
que indica que socialmente “¡No hubo una década sino un cuarto de siglo
perdido!”[lviii].
También hubo otros costos para las generaciones siguientes. Los logros sociales
y los económicos, representados en la creación de una base económica que creció
de manera sostenida entre 1930 y 1980, se desvanecieron.
El limitadísimo estado de bienestar social y la base
económica que había sido construida en el proceso de industrialización del
pasado, fueron arrasados con la puesta en marcha de las políticas
librecambistas o más conocidas como el modelo neoliberal que tuvo su expresión
más nítida en las “recomendaciones” del Consenso de Washington.
Modelo librecambista
Los dramáticos resultados sociales, económicos y
políticos en los años ochenta condujeron a un replanteamiento del papel del Estado
en la sociedad.
Los gobiernos en el pasado —en la época de la
estrategia de sustitución de importaciones— no tuvieron una actitud práctica en
la selección de los sectores industriales con mayores capacidades competitivas,
no fijaron objetivos de largo alcance ni tampoco establecieron criterios basados
en los resultados para poner término a la protección de los sectores. Naturalmente
que las industrias, en las primeras etapas, debían estar resguardadas de la
competencia externa, de tal forma que pudieran adquirir las capacidades que más
adelante les permitieran competir.[lix]Una
vez adquiridas, la protección debía cesar. En algunos casos se constató que sus
bases económicas eran obsoletas, cerradas al comercio y se escudaban detrás de
prebendas administrativas.
La protección indiscriminada a áreas —eficientes y,
también, a aquellas que no representaban un beneficio claro— reveló que las alianzas en el poder habían permitido a algunas élites sin propósito de
industrialización, pero con capacidad de incidir en las políticas, beneficiarse
sin que la economía adquiriera una aptitud competitiva.
Hubo también otras razones de orden social que
influyeron en el abandono del modelo: La creciente insatisfacción de amplios
sectores de la sociedad por el carácter altamente inequitativo del sistema de
distribución de ingresos y de la propiedad, así como la demanda por beneficios
sociales y libertad política que derivaron en gobiernos represores e incluso en
dictaduras militares. Los reclamos por justicia social y la solución de viejos
conflictos no resueltos, desembocaron en guerras civiles —en Centroamérica—, en
guerras internas no declaradas como en el caso de Colombia, situación agravada
por el ingrediente de la renta originada en el negocio de la cocaína, que
financiará las guerras de los narcotraficantes, los paramilitares y los
guerrilleros.
Desde el ámbito académico se cuestionó la estrategia de
sustitución con profundas razones teóricas sobre su inviabilidad. Desde la
ortodoxia teórica se afirmaba que el proceso ignoraba el principio de las ventajas
comparativas, el equilibrio sectorial
—ؙindicando con ello que la
protección industrial conducía a una discriminación contra la agricultura y
limitaba sus exportaciones— y que la
intervención oficial generaba una renta, origen de grandes ineficiencias. Ante
estas críticas es importante recordar que el proceso en los años treinta
comenzó como un hecho ante la realidad del cierre del comercio, con un espíritu
heterodoxo. Luego, de forma gradual, los grupos sociales influyeron en la
esfera pública y tuvieron expresión en las políticas y después se inició un largo proceso de teorización,
principalmente en el seno de la CEPAL, destinado a darle al proceso una base
conceptual. El predominio de un espíritu práctico en ese momento histórico
permitió forjar un camino singular y, también, problemático en virtud de la
coalición de intereses entre los grupos de poder, que facilitó la protección
indiscriminada y sin el establecimiento de tiempos y condiciones de su
desmonte. Las razones teóricas invocadas por los economistas clásicos no
guardan relación con el hecho evidente de que el choque externo causó el fin
del proceso y no hubo un tal “agotamiento” que condujera a su desmonte.
La razón principal por la que se derrumbó la
estrategia de sustitución de importaciones provino de los choques externos, originados
en el financiamiento. Así lo había sido con el modelo primario exportador de
los treinta y lo sería en la primera década del siglo XXI, porque la región tiene
una dependencia crítica del financiamiento externo por su limitada capacidad de
generar ahorro.
Al promediar la década de los ochenta se abrió paso una
nueva concepción de la mano de las entidades multilaterales. Pero no fue
estrictamente una imposición externa lo que sucedió: Aquí estaban los epígonos listos
a entrar en la escena. Los grupos sociales que habían comandado el antiguo
régimen se debilitaron, perdieron influencia en las esferas de poder y lentamente
fueron sustituidos. Surgieron por el continente gobiernos de corte neoliberal
dispuestos a reorientar la conducción de los asuntos públicos a la luz de las
ideas en boga sobre el liberalismo económico.
El Consenso de Washington fue la forma como John
Williamson[lx]
tituló una serie de recomendaciones. Indicaba con ello Williamson, que estas
líneas recogían lo que estaba bien visto por el BM, el FMI, el Departamento de
Estado y el Banco Interamericano de Desarrollo, entre otras instituciones
establecidas en la capital norteamericana.
En lo fundamental, se señalaba una receta de diez
puntos que debía aplicarse. Si se hacía de forma correcta, aseguraría que las
economías saldrían fortalecidas de la crisis y podrían alcanzar de nuevo una
senda de crecimiento estable, como había sido la característica de la evolución
económica en los cincuenta años del modelo de industrialización anterior.
Los elementos de la receta eran: disciplina fiscal,
reorientación del gasto público, eliminación de los subsidios indiscriminados y
su orientación hacia inversiones en salud y educación a los sectores más
vulnerables, ampliación de la base tributaria,
intereses determinados por las fuerzas del mercado, tipos de cambios competitivos,
fin de la protección arancelaria a la producción nacional y liberación del
comercio —apertura comercial—, incentivos
a la inversión extranjera directa, privatización de las empresas públicas,
predominio de la desregulación estatal de la actividad privada y seguridad
jurídica a los derechos de propiedad.
Como podrá observarse, se trataba de retirar al Estado
de toda intervención en la vida económica. Sus funciones consistirían en garantizar
la seguridad, dirigir su gasto social a los sectores más débiles de la sociedad
y, sobre todo, permitir de nuevo que las fuerzas del mercado actuaran y
asegurar, así, un progreso. En el momento en que se formularon estas
recomendaciones, dos gobiernos, el de Margaret Thatcher y el de Ronald Reagan, sirvieron
como efecto demostración.
Examinada la situación con la ventaja que brinda la
perspectiva del tiempo, se pretendía atrapar la complejidad social con fórmulas
de libro de texto en extremo sencillas, lo que resultaba desconcertante. Pero
lo era aún más, encontrar cómo élites y grupos de burócratas locales, ligados a
los organismos multilaterales, dieron la bienvenida al libre cambio. “Hay una
cosa que, sin la menor duda, comparte la economía con el cuerpo humano: es
complejísima. Por lo tanto, es de esperar que incluso una descripción
cualitativa adecuada resulte difícil. Me encuentro, sin embargo, con que muy
poca gente, inclusive muy pocos economistas —debería decir, con pena, que especialmente
los economistas—, tiene una verdadera apreciación y comprensión de la enorme
complejidad de un sistema económico.”.[lxi]
La institución del nuevo modelo, con diferentes
énfasis según el país, fue el resultado de la interacción, por un lado, de tres
esferas claras de poder: la jerarquizada de los funcionarios estatales, la
parlamentaria y la de los grupos de presión, y, por otro lado, la acción
persuasiva de los organismos multilaterales.
Los grupos de presión no regulados suelen florecer en
democracias con débiles sistemas públicos y constituyen el mecanismo idóneo de
sectores económicos sin poder político, pero sí económico, de influir en la
orientación de los gobiernos y en las decisiones de los parlamentos.
En la esfera de los funcionarios se formó por largo
tiempo una élite proveniente de la carrera administrativa, de las instituciones
multilaterales y del sector privado. En la visión general de esta burocracia
predominan los criterios de reducción del papel de lo público en la economía,
el fortalecimiento del mercado, la eficiencia y modernización de la
administración pública, el realismo a la hora de atender las demandas de
carácter redistributivo de la población, dado que un factor crucial de la
política es la contención del gasto público[lxii].
Observadores menos conspicuos que los economistas
ligados a los centros de poder, señalaban que el sentido último de las reformas
consistía en asegurar que los países estuvieran preparados y cumplieran su
papel histórico como fuente permanente de materias primas, se desempeñaran en
el futuro como buenos acreedores y se mantuvieran disciplinados y plenamente
cooperantes con Washington.
El tránsito hacia el nuevo mundo se dio de manera
rápida. Durante el proceso de sustitución de importaciones se consideraba que
debería darse una apertura gradual y evitar un impacto negativo en la base
económica; ahora se imponía exactamente el criterio contrario: acelerar el
proceso e impedir cualquier tentación de reversar lo construido. Por ello se
hizo una apertura total y rápida.
Esto significó el desmonte de las medidas
administrativas del comercio exterior. Solo se adoptó un arancel mínimo buscando
neutralidad de las medidas arancelarias. Se acudió a una masiva desregulación,
con pocas excepciones como las finanzas y los servicios públicos, entre otros.
Se adelantaron reformas financieras, liberación del mercado de capitales,
determinación de los intereses por parte de las fuerzas del mercado, tipos de
cambio flotantes, eliminación del crédito subsidiado, nuevos criterios de
contratación con el propósito de facilitar que el sector privado participara en
la prestación de los servicios públicos, intervención de inversionistas
privados en los sistemas de pensiones y de salud de los trabajadores, lo cual llevó
a romper con el principio de la solidaridad en las pensiones.
Estas reformas no fueron objeto de debates. La
situación de postración facilitó la implantación de las nuevas medidas. La
fuerza persuasoria de las instituciones multilaterales encontró en la
burocracia autóctona, ligada a los organismo de poder y en los sectores
empresariales vinculados a la actividad financiera y a las empresas
multinacionales, aliados estratégicos del paradigma del librecambio. Solo sectores
académicos, fuerzas sindicales y minorías que estaban en capacidad de valorar
el sentido del nuevo modelo se mostraron críticos, pero sus posiciones en unos
casos fueron ignoradas y, en otros, su carácter marginal no permitió que
trascendieran. Se adoptó un ideario confeccionado en otro lugar, en cuya adopción
no hubo un debate amplio de la sociedad. No se afirma aquí la existencia de una
potencia externa malvada y un continente inocente al que le hayan impuesto una
doctrina. Existieron grupos sociales locales con el poder suficiente, en las instancias
de decisión, de asumir la concepción del librecambio como propia.
El dogma del librecambio fue presentado como la
salvación del continente. El experimento había comenzado en Chile, con la
dictadura de Pinochet. Fue lo que su inspirador, Milton Friedman, llamó el “milagro
de Chile”, basado en planes de privatización, reducción del gasto público,
desregulación, liberalización de los mercados y una fuerte represión de la
protesta social. Era el espejo en el que debían mirarse todos. En realidad, en
otras latitudes todo esto se miraba con otros ojos. Era visto como un
planteamiento con un alto contenido de la ideología dominante.
El libre comercio está bien para los departamentos
universitarios y para las columnas de opinión en los diarios, pero no hay nadie
que se tome en serio esa doctrina en el gobierno ni en el mundo empresarial.
Los sectores de la economía estadounidense que pueden competir en el mercado
internacional son principalmente los que reciben subsidios estatales, o sea, la
agricultura, la industria de alta tecnología, los laboratorios farmacéuticos y
la biotecnología, entre otros.[lxiii]
Los cambios que se dieron con el inicio de las nuevas
políticas tuvieron gran profundidad en el entramado institucional y recibieron
el nombre de reformas estructurales. Reformas
“orientadas a mejorar la eficiencia facilitando el funcionamiento de los
mercados y reduciendo las distorsiones de la intervención pública en las
actividades económicas.”.[lxiv]
La reforma comercial fue la primera que se emprendió.
Los aranceles en promedio del 42% al inicio en 1985, pasaron seis años más
tarde a 13,2% y en el 2005 eran de menos de 10%.[lxv]
La reforma financiera estuvo dirigida con un espíritu de liberación de la
actividad de las instituciones del ramo, limitadas solo por una regulación prudencial y una “atenta”
supervisión buscando que las fuerzas del mercado operaran libremente. Se
redujeron los encajes, se eliminaron los controles a las tasas de interés y se
desmontaron las inversiones forzosas.[lxvi]
El sector financiero debió acogerse a la regulación de los Acuerdos de Basilea.
Se dieron grandes pasos en la privatización de la banca pública, la apertura a
la inversión extranjera en los bancos locales, y vía libre hacia un tipo de
banca universal.[lxvii]
Las reformas tributarias cambiaron la orientación
tradicional de la tributación imperante en el pasado. Los ingresos tributarios provenientes
del impuesto al comercio exterior representaban, en los ochenta, el 18%, y
pasaron, en los noventa, a 13,7%. Compensar esta situación condujo a incrementar
los impuestos al consumo, con los sistemas de impuesto al valor agregado. Es
bien conocido el carácter regresivo de esta clase de tributación, puesto que
afecta en mayor proporción a las personas más pobres.[lxviii]Este
cambio en la orientación fiscal incidió de manera significativa en el
incremento de la inequidad social de la región.
La privatización de empresas fue un campo activo en la
primera década de implantación de las nuevas políticas. Se transfirieron, al
sector privado, 396 empresas. Brasil, Argentina, Bolivia y Chile fueron los más
dinámicos. En el campo de la infraestructura de Bolivia en 1999, el valor de la
inversión fue equivalente al 51% del valor de su economía y en Chile, el 37%. La
infraestructura y el ámbito financiero captaron la atención de la ola
privatizadora.[lxix]
Las reformas laborales completaron el panorama. Aquí
la tarea no la realizaron los gobiernos con el mismo éxito de las anteriores.
De hecho, solo se hicieron reformas significativas en Argentina, Colombia,
Guatemala, Panamá, Perú y Venezuela. Colombia realizó dos reformas: una, en
1991, y otra, en 2002. Probablemente la movilización de los trabajadores pudo disuadir
de continuar en esta senda, ya que las reformas en materia laboral se
concentraron en moderar los costos de despido y facilitar la contratación temporal
de trabajadores.
Un balance de los principales resultados económicos en
un tiempo suficientemente largo, señala un panorama desalentador. Entre 1990 y
2013, correspondiente a la vigencia del librecambio, el crecimiento económico
fue solo de 3,1%.[lxx]
Contrasta nítidamente esta cifra con el crecimiento de 5,5% entre 1930 y 1980,[lxxi]
tiempo en que operó la sustitución de importaciones. El PIB per cápita evolucionó
lentamente en los lugares donde vive una gran parte de la población. El 91,7%
de la población vive en países en los que el incremento medio de ese indicador fue
inferior al 2% entre 1980 y 2012, incluido un 32% que reside donde el
crecimiento fue inferior al 1%.[lxxii]
Los auspiciadores del cambio auguraban crecimientos elevados y estables de la
economía. Pese a los esfuerzos realizados, a los sacrificios en el gasto
público y a la disciplina macroeconómica, los resultados son decepcionantes. Continúa
la vulnerabilidad ante los choques externos. Sucedieron dos crisis de gran magnitud —la de Rusia y del Sudeste asiático en 1997,
y la de los activos tóxicos en el sector financiero que se originó en Estados
Unidos en el 2008— que afectaron
negativamente a Latinoamérica por el deterioro de los términos de intercambio.
En la última década hubo una leve mejoría del ahorro nacional— creció trescientos
puntos básicos respecto al producto interno bruto.[lxxiii]
En el campo social se presentaron algunos adelantos en
la evolución del coeficiente de Gini,[lxxiv]
señal de un limitado progreso en la distribución del ingreso. Igualmente lo hubo
en la disminución de los niveles de pobreza. Pero sigue existiendo gran
inequidad en la distribución. “El 10% más rico de la población concentra el 32%
de los ingresos totales, mientras que el 40% más pobre solo percibe el 15%. En el
Caribe, el nivel de desigualdad es menor.”[lxxv].
Recientemente surgió una gran inquietud por la
medición de la desigualdad, especialmente a raíz de la publicación de la obra de
Thomas Piketty: El capital en el siglo
XXI.[lxxvi]Se
requiere ir directamente a los datos precisos para identificar su magnitud. Los
estudios realizados a partir de la dinámica de los índices Gini en los
diferentes países del continente no parecen ser satisfactorios. Esto se ilustra
con la reciente investigación de Facundo Alvaredo y Juliana Londoño Vélez[lxxvii]
sobre la evolución de los altos ingresos y la tributación personal en Colombia,
entre 1993 y 2010, basada en la información reportada por la agencia tributaria.
El estudio revela alarmantes hallazgos. Los cálculos sustentados en las cifras
oficiales indican que el 1% de los declarantes de renta concentra el 20% del
ingreso. Este es el más alto nivel de desigualdad registrado en la base de
datos de los ingresos más altos del mundo.[lxxviii].
Entre el 2002 y el 2008 se presentó una reducción de
la pobreza originada en el auge de los precios de los productos básicos, que
impulsaron un pequeño ciclo de prosperidad. La recesión terminó abruptamente esa
etapa. Si bien se han presentado reducciones de la pobreza, sus niveles son
elevados y su quantum está en virtud de los criterios de su medición. Siempre
serán controversiales estas mediciones porque los gobiernos argumentan otras
formas de medición que tienden a ser más favorables a sus propósitos. Suelen
utilizarse varias metodologías diferentes a la mencionada —por ejemplo, la
medición multidimensional que cuenta los hogares en distintas dimensiones, como
lo son: educación, salud y habitabilidad—. Empleando cualquiera de ellas, las
cifras son todavía desesperanzadoras.
Los impulsores del Consenso de Washington aspiraban a que
se solucionara el problema endémico de la inflación y se lograra atraer
inversión extranjera directa y remediar una de sus grandes limitaciones, como
era el financiamiento de la inversión. En ambos temas los resultados son
positivos. Los problemas inflacionarios desaparecieron y se atrajo inversión
directa extranjera[lxxix].
En el balance sobresale como un gran desacierto el
proceso de desindustrialización. La creación de la infraestructura industrial
fue un esfuerzo realizado a lo largo del siglo XX, y en las dos primeras
décadas de librecambio esta actividad perdió su liderazgo. Su participación en
el conjunto se vino a menos. En el 2007 su aporte era solo de 16%, mientras que
al inicio del proceso era de 25%.[lxxx]El
espacio dejado por la industria manufacturera fue ocupado por la minería y por
los servicios, especialmente los financieros, que crecieron de forma
extraordinaria con la llegada del capital internacional.
El empleo evolucionó de forma desfavorable por el impacto
de la desindustrialización. La tasa de desempleo pasó de 6% en 1990 a 11,2% en
2002, mientras que la informalidad evolucionó del 42,3% al 47,9% en el mismo ciclo.
Estas cifras fueron aún más desfavorables en Suramérica que en el resto del
continente. El deterioro se redujo hacia 2008 por el auge de los productos
básicos que disminuyeron el desempleo en ese año al 7,6%, y la informalidad al
45,2%.[lxxxi]
Pero el auge se desvaneció, lo que ilustra una vez más las vulnerabilidades
respecto al sector externo.[lxxxii]
Un aspecto social notable con repercusiones económicas
apreciables lo constituyen las corrientes migratorias hacia Norteamérica y
Europa. El desempleo originado por el desmantelamiento industrial, el menor crecimiento,
las guerras de Centroamérica y de Colombia, así como los factores de atracción
de sitios de destino en tareas de baja calificación en el sector de los
servicios, crearon una corriente migratoria de tal vigor que la población
caribe y latinoamericana migrante en Estados Unidos pasó de 3,8 millones en
1980 a 20 millones en 2010, sin considerar a quienes ingresaron ilegalmente. En
el viejo continente el principal receptor de población fue España. El impacto
económico de las migraciones se expresó en el incremento de remesas hacia Latinoamérica.
Estas representaban el 0,2% del PIB en 1980 y en el 2008 equivalían al 2%.
Luego de la crisis del 2009 las remesas se redujeron y se inició un reflujo
migratorio.[lxxxiii]
Se esperaba que la modernización económica y su
dinámica —inducida por las fuerzas del mercado, liberado de las ataduras del
pasado— llevaría a una disminución del
sector informal. La hipótesis del «efecto goteo» aduce que el crecimiento del
sector moderno, si es sostenido un largo tiempo, eventualmente extiende sus
beneficios a toda la sociedad, incluyendo a los sectores tradicionales. La
evidencia indica que no fue así. Por el contrario, la informalidad se incrementó
y el dualismo se hizo mayor.
La situación de pobreza es desesperanzadora. En
América Latina, a pesar del crecimiento económico en el siglo XX y de la
“modernización” de los últimos veinticinco años con la introducción del modelo
neoliberal, las cifras continúan siendo desalentadoras. Millones de seres se
hunden en la pobreza, el hambre, la ignorancia y en la absoluta falta de
libertad de conducirse con dignidad. El documento Panorama Social de América Latina 2014, de la CEPAL,[lxxxiv]
informa que la situación de pobreza en la región se mantuvo estable entre los
años 2012 y 2013 y se calcula una cifra similar para el 2014. En ese tiempo el
28% de la población se hallaba en la misma condición. En términos crudos esto
significa que los pobres de la región en 2013 eran 167 millones de personas,
equivalentes a algo más de tres veces la población total de Colombia. De todos
ellos, el 12%, es decir, 71 millones de seres humanos, se encontraban en
situación de extrema pobreza o indigencia.[lxxxv]
Las transformaciones económicas estuvieron acompañadas
de reformas institucionales, rediseño de los esquemas constitucionales, nuevas
formas locales de democracia representativa, adecuaciones de las organizaciones
judiciales y policiales, etc. Las reformas fueron presentadas como un asunto
técnico a fin de conseguir eficiencia y transparencia. Ese reduccionismo hacia
lo operativo era una forma de ocultamiento de lo político: para que aquello que
debe ser objeto del escrutinio de la sociedad se acaparado sin discusión. Con
las nuevas políticas se experimentó menor crecimiento económico, hubo aumento
de la informalidad, retiro del Estado de muchas tareas sociales, predominio de
los criterios de la rentabilidad, abandono de los principios de solidaridad en
las prestaciones de servicios —razón
necesaria de la cohesión social — y la
exaltación del afán de lucro. Las reformas no tuvieron el impacto social que se
esperaba. La corrupción y el crimen se enseñorearon. Las características de
esta realidad quedan reflejadas de forma abrumadora en el informe sobre el
Desarrollo Humano del 2013- 2014 del PNUD:
Entre
2000 y 2010 la tasa de homicidios creció 11%, mientras que en la mayoría de las
regiones del mundo descendió o se estabilizó. En una década han muerto más de un
millón de personas en Latinoamérica y el Caribe por causa de la violencia
criminal. Por otra parte, considerando los países para los cuales se cuenta con
información, los robos se han casi triplicado en los últimos 25 años. Y, en un
día típico, en América Latina 460 personas sufren las consecuencias de la
violencia sexual; la mayoría son mujeres. La violencia y el delito dañan
directamente el núcleo básico de derechos que están en la base del desarrollo
humano: la vida y la integridad física y material de las personas.[lxxxvi]
[i] Expresión de Marx traducida del inglés
por Amartya Sen directamente de la versión inglesa de McLlellan (1970), p. 190.
Tomado de Sen, A. (1985) ¿Cuál es el camino del desarrollo? Comercio Exterior
vol. 35 núm. 10, México, octubre 1985 pp. 939-949.
[ii] Furió-Blasco, E. (1998) Albert Hirschman y el camino hacia el
desarrollo económico. p. 606 FCE.
[iii]
Bértola, L y Ocampo, J.A. (2014) Desarrollo,
vaivenes y desigualdades. Una historia económica de América Latina desde la
independencia. Secretaría General Iberoamericana p. 259.
[iv]
Guy Ryder. PORTAFOLIO. Octubre 13 de 2014.
[v]
PORTAFOLIO, Junio 25 de 2014.
[vi]
Stiglitz, J. La edad de la vulnerabilidad
18 OCT 2014. EL ESPECTADOR. y Nussbaum, M. (2012) Crear capacidades. Paidós.
[vii]
Piketty, T. (2014) El capital en el siglo
XXI. FCE p. 47.
[viii]
International Student Initiative for Pluralism in Economics, Llamamiento internacional de estudiantes de
economía a favor de una enseñanza pluralista. Revista de Economía
Institucional, vol. 16, n. º 30, primer semestre 2014, pp. 339-341.
[ix]
En julio de 1944 los aliados se reunieron en la localidad de Bretton Woods,
Estados Unidos, para establecer las reglas de cómo serían en la postguerra las
relaciones comerciales entre los países.
[x]
Bélgica, Italia, Francia, Holanda, Canadá, Italia, Suecia, Estados Unidos. Se
sumarían, luego, Japón y la República Federal Alemana.
[xi]
Chomsky, N. (2014). Cómo funciona el
mundo. Madrid: Katz Editores p. 18.
[xii]
Grupo conformado por los
bancos centrales de siete países europeos y la Reserva Federal de Estados
Unidos.
[xiii]
Green, T. (1981). El Nuevo mundo del Oro.
p. 22 Planeta.
[xv]
Ibíd. p 5.
[xvi]
Rifkin, J. (2011). La tercera revolución
industrial. Paidós. p.24.
[xvii]
Estancamiento económico, acompañado de inflación. La concurrencia de ambos
fenómenos resultaba extraña.
[xviii]
Recientemente fue denominado
proceso de industrialización dirigido por el Estado, por el economista colombiano José Antonio
Ocampo en su luminosa obra: Desarrollo, vaivenes
y desigualdad. Una historia económica de América Latina desde la independencia.
Escrita en colaboración con Luis Bértola y editada por la Secretaría
General Iberoamericana en 2014.
Este ensayo debe mucho a aquella obra en lo que respecta al estudio del
proceso de sustitución de importaciones.
[xix]
Love, J. Citado por Ocampo, J.A. en Hirschman,
la industrialización y la teoría del desarrollo. Desarrollo y Sociedad no.62
Bogotá July/Dec. 2008.
[xx]
Bértola, L. y Ocampo, J.A. (2014) Desarrollo,
vaivenes y desigualdades. Una historia económica de América Latina desde la
independencia. Secretaría General Iberoamericana p. 163.
[xxi]
Ibíd. p.214.
[xxii]
En la medida en que el proceso parecía estancarse y se requerían niveles altos
de tecnología y de mayor capital, fueron necesarios cambios en el sistema
político. “Los nuevos sectores controlados por las multinacionales y el sector
financiero trataron de influir en las decisiones nacionales. Esto terminó con
la sustitución de los regímenes democráticos por regímenes autoritarios
corporativos. Las rebeliones fueron reprimidas con el argumento del temor a la
amenaza comunista. La influencia militar se presentó entonces como una
condición necesaria para el desarrollo”. Pastoret. C (2006). Cardoso el oposito académico vs. Cardoso el
político. ¿Continuidad o ruptura? Revista de economía institucional. (8),
pp. 69—95.
[xxiii]
En el siglo XIX la esperanza de vida era muy breve. En 1825 era de 25 años,
setenta y cinco años después tan solo era de 26 años, similar a la de Francia
en 1750. Las enfermedades de origen infeccioso cobraban muchas vidas humanas y
no existía una cura efectiva para su tratamiento. Las epidemias de paludismo,
cólera, fiebre amarilla, etc., tenían un impacto muy negativo, en medio de
continuas crisis económicas y de interminables guerras que diezmaban a la
población. Véase Zabala. M.E (1985) Dos
modelos de transición demográfica en América Latina. Revista Perfiles
Latinoamericanos (6) p. 29—47.
En
este estudio se hace una excelente presentación de la transición demográfica de
América Latina en el siglo XX.
[xxiv]
Ibíd. p.30.
[xxv]
Ibíd. p. 32.
[xxvi] Es un indicador
de dependencia económica potencial; mide la población en edades
"teóricamente" inactivas en relación con la población en edades
"teóricamente" activas. Cálculo: Total de población de 0 a 14
años más la población de 65 y más, dividido por el total de población de 15 a
64 años, multiplicado por 100. Un valor de 60 significa que, por cada 100
personas en edad de trabajar, hay 60 personas en edades inactivas. Celade.
CEPAL.
[xxvii]
Ibídem p. 36.
[xxviii]
Bértola, L. y Ocampo, J.A. (2014) Desarrollo,
vaivenes y desigualdades. Una historia económica de América Latina desde la
independencia. Secretaría General Iberoamericana p. 195.
[xxix]
Se presenta cuando la proporción de población en edad de trabajar crece más
rápidamente que la población dependiente en edad escolar o en edad de retiro.
Se presenta una situación en la que se cuenta con una mayor proporción de
población en edad de ahorrar, invertir, trabajar y producir, mientras que cada
vez un menor número de personas requiere de inversiones en educación y salud.
Se supone que, en estas condiciones, sería posible activar un proceso de mayor
acumulación de activos y mayor crecimiento económico.
[xxx]
Este aspecto se trata extensa y profundamente en: Dinámica demográfica y desarrollo en América Latina y el Caribe.
CEPAL 2005.
[xxxi]
Bértola, L y Ocampo, J.A. (2014) Desarrollo, vaivenes y desigualdades. Una
historia económica de América Latina desde la independencia. Secretaría
General Iberoamericana p. 152.
[xxxii]
Arriaga. C. (2000) Pobreza en América
Latina: Nuevos escenarios y desafíos de políticas para el hábitat urbano. p.
8 CEPAL.
[xxxiii]
Harss, L. (2014) Los Nuestros. p. 42 ALFAGUARA.
[xxxiv]
Es tal el dogmatismo entre algunos —quizá muchos— economistas que Ghislain Deleplace cuenta la
siguiente anécdota: “Robert Lucas podía así escribir en 1980 en un artículo
titulado “La muerte de la economía keynesiana”: “No se puede encontrar a buenos
economistas menores de cuarenta años que se designen ellos mismos o sus
trabajos como keynesianos. La gente se molesta incluso cuando se refieren a
ellos como `keynesianos’. En los seminarios de investigación, nadie toma ya
seriamente la teorización keynesiana; el público comienza a susurrar y a reír
estúpidamente”. (Lucas, 1980). Lect. Econ., 69 (julio-diciembre), pp. 245-298 ©
Universidad de Antioquia-Lecturas de Economía, 2008.
[xxxv]
Dólares norteamericanos adquiridos y negociados por un banco que tiene su
residencia fuera de los Estados Unidos.
[xxxvi]
La tasa de interés negativa es la tasa de interés activa ajustada por inflación
según el deflactor del PIB.
[xxxvii]
Cartel o cártel corresponde a la organización empresarial orientada a anular la
competencia en una actividad económica.
[xxxviii]
La Libor (London Interbank Offered Rate)
es una tasa de interés formada por las tasas de las transacciones que realizan
entre sí los bancos en Londres en operaciones de corto plazo.
[xxxix]
La manipulación de la libor, efectuada por los bancos que operan en el mercado
de Londres, condujo en 2013 a una severa sanción. Los siguientes bancos:
Deutsche Bank, Royal Bank of Scotland, Citigroup, Société Générale, JP Morgan y
RP Martin fueron multados con 1.712 millones de euros. Estos seis bancos fueron
acusados de conspirar en la fijación de las tasas.
[xl]
Un crédito sindicado es un tipo de préstamo otorgado por varios bancos y es
estructurado, arreglado y administrado por uno o varios bancos comerciales,
conocidos como organizadores.
[xli]
Cuando se presentó el riesgo de insolvencia, los bancos presionaron a los
gobiernos de los acreedores para que los países nacionalizaran la deuda.
[xlii]
El banco de pagos internacionales es
el banco de los bancos centrales y elabora normas de regulación bancaria. Su
sede está en Basilea.
[xliii]
En el siguiente sitio web se encuentra amplia información al respecto: http://cadtm.org/La-deuda-del-Tercer-Mundo.
[xliv]
Ocampo. J.A. (2012) La crisis de la deuda
a la luz de la historia CEPAL p. 89.
[xlv]
José
Antonio Ocampo, refiriéndose a la situación del sector externo colombiano en la
segunda mitad del régimen del depredador político y social Julio César Turbay
Ayala, afirma: “El origen de esta sólida situación externa fue la bonanza
cafetera que experimentó el país en la segunda mitad de la década pasada, como
reflejo, primero, de los altos precios prevalecientes en el mercado
internacional y, posteriormente, de la posibilidad de exportar grandes
volúmenes del grano cuando no estaba en vigencia el Acuerdo Internacional del
Café. Es preciso tener en cuenta, sin embargo, que, como preludio a lo que
acontecería en los años posteriores, el apreciable crecimiento de las reservas
internacionales del país en 1979 y 1980 no reflejaba tanto esta inmejorable
situación de nuestro principal producto de exportación,
sino la acelerada contratación de empréstitos externos públicos y privados, una
vez el gobierno de Julio César Turbay Ayala abandonó los controles al
endeudamiento con el resto del mundo que se habían aplicado con rigor durante
la administración de Alfonso López Michelsen”. Rev, Lecturas de Economía 11
Medellín, Mayo-Agosto de 1985.
[xlvi] Ha-joon
Chang expresa esta idea con gran lucidez: “El crecimiento económico de Corea y
la transformación social resultante durante las cuatro últimas décadas y media
han sido verdaderamente espectaculares. Ha pasado de ser uno de los países más
pobres del mundo… Una nación cuyas exportaciones principales incluían mineral
de tungsteno, pescado y pelucas hechas con cabellos humanos se ha convertido en
un centro neurálgico de alta tecnología, exportando modernos teléfonos móviles
y televisores de pantalla plana codiciados en todo el mundo. Mejor nutrición y
asistencia sanitaria significan que un bebé nacido en la Corea actual puede
esperar vivir 24 años más que alguien nacido a principios de la década de 1960
(77 años en lugar de 53). En vez de 78 bebés de cada 1.000, solo cinco morirán
en menos de un año, rompiendo el corazón de muchos menos padres. En lo que se
refiere a estos cambios en las esperanzas de vida, el progreso de Corea es como
si Haití se hubiera convertido en Suiza.” Chang H-J (2008) ¿Qué fue del buen samaritano? FUND. INTERMON OXFAM p. 35. Version digital.
[xlvii] Ibídem p. 43.
[xlviii] Morris Goldstein y Moshin S. Khan, "Effects of slowdown in
industrial countries in non-oil developing countries". FMI,
Occasional Paper N° 12. Washington, agosto, 1982. Citado por Sánchez Arnau,
Juan Carlos (1983) en La crisis económica
internacional y su repercusión en América Latina. P. 47 CEPAL.
[xlix]
Ibídem P. 48.
[li]
“Como consecuencia de esta alza, el pago de intereses absorbió en 1980 el
ochenta por ciento de los préstamos recibidos y el rubro de los intereses
contribuyó con casi el 50% del déficit registrado en cuenta corriente. “Sánchez
Arnau, Juan Carlos (1983) La crisis económica
internacional y su repercusión en América Latina. p.60 CEPAL.
[lii]
Ibídem. p 26.
[liii] Eric
Toussaint (2006) La crisis de la deuda
mexicana y el Banco Mundial p. 1 CATM. Toussaint a su vez toma este
pronóstico de KAPUR, Devesh, LEWIS, John P., WEBB, Richard. 1997. The World Bank, Its First Half Century, Volume
1: History, Brookings Institution Press, Washington, D.C., p. 499.
[liv]
Stallings, B. (2014) La economía política
de las negociaciones de la deuda: América Latina en la década de los ochenta.
La crisis latinoamericana de la deuda desde la perspectiva histórica 2014.
p. 9 CEPAL.
[lv]
Ibídem p. 65.
[lvi]
Argentina, Brasil, Costa Rica, Ecuador, México, Panamá, Perú, República
Dominicana, Uruguay y Venezuela.
[lvii]
Fondos buitre son inversionistas que compran con grandes descuentos títulos de
deuda de países insolventes y luego, apoyados en el sistema judicial —especialmente el de Estados Unidos— buscan el repago de toda la deuda más los
intereses, lo que representa típicamente un gran negocio a costa de los
recursos de países pobres. En 2014 Argentina debió enfrentar un duro ataque de
un fondo buitre. “Los buitres no eran ni inversores a largo plazo en Argentina
ni optimistas que creían que las políticas del Consenso de Washington irían a
funcionar. Simplemente fueron especuladores que se abalanzaron tras la
moratoria del año 2001 y compraron bonos, que fueron vendidos por inversores
que habían entrado en pánico, a un precio que representaba una fracción de su
valor nominal. Posteriormente demandaron a Argentina para obtener el 100% de
dicho valor. NML Capital, una filial del fondo de cobertura Elliot Management,
cuyo ejecutivo principal es Paul Singer, invirtió US$48 millones en bonos en el
año 2008; gracias al fallo de Griesa (juez norteamericano), NML Capital ahora
debería recibir US$832 millones, una ganancia de más del 1.600%.”J. Stiglitz.
El Espectador. Agosto 2014.
[lviii]
Bértola, L. y Ocampo, J.A. (2014) Desarrollo,
vaivenes y desigualdades. Una historia económica de América Latina desde la
independencia. p. 259 Secretaría General Iberoamericana.
[lix] Se
requiere tiempo y experiencia para absorber nuevas tecnologías, por lo que los
productores tecnológicamente atrasados necesitan algún tiempo de protección de
la competencia internacional durante el tiempo de aprendizaje. Esa protección
es costosa, porque el país está renunciando a la posibilidad de importar
productos mejores y más baratos. Sin embargo, es un precio que debe pagar si
quiere desarrollar industrias avanzadas. Chang H-J (2008) ¿Qué fue del buen samaritano? FUND. INTERMON OXFAM p. 118. Versión
digital.
[lx]
John Williamson (Inglaterra, 1937) economista británico, reconocido por acuñar
el término Consenso de Washington. Trabajó en el Departamento del Tesoro
británico (1968-70), en el FMI (1972-74) y el Banco Mundial (1996-99).
[lxi]
Morgenstern, O. Los defectos del producto
nacional bruto, http://laeditorialpi.blogspot.com/.
[lxii]
Mansilla realiza un excelente análisis sobre la evolución de las élites
latinoamericanas. “En los últimos veinte años se han realizado reformas
constitucionales de gran envergadura, que no han impedido y ni siquiera
mitigado antiguas usanzas burocráticas y prácticas corruptas aberrantes y
erráticas. Por ejemplo: la reorganización del Poder Judicial -la creación de
nuevos órganos como el tribunal constitucional, el defensor del pueblo, el
consejo de la magistratura y el establecimiento de nuevos códigos- no ha podido
alterar sino muy parcialmente las rutinas de venalidad, lentitud e ineficacia
que caracterizan los estrados judiciales desde la era colonial española. La
modernización de la administración estatal y de las fuerzas del orden público
(especialmente de la policía), no ha podido evitar la persistencia de
engorrosos trámites y de hábitos irracionales, por un lado, y el aumento
espectacular de la inseguridad ciudadana en los últimos tiempos, por otro.
Jamás se había discutido tanto sobre temas de medio ambiente, y nunca se han
aniquilado tantos bosques como en los últimos años, es decir, después de la
llamada Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro de 1992. Nunca se hicieron tantos
esfuerzos modernizadores para ampliar y mejorar las autonomías municipales, y
jamás se dio una ola similar de corrupción y apropiación privada de fondos
fiscales en el ámbito de las alcaldías y regiones descentralizadas. Y estos
resultados pertenecen sin duda a la responsabilidad histórica de la élite
política tecnocrática”.
Mansilla,
H.C.F.82006) Las transformaciones de las
élites políticas en América Latina. Una visión inusual de la temática.
Revista de Ciencias Sociales (RCS) Vol. XII, No. 1, pp. 9 – 20.
[lxiii]
Chomsky, N. (2014) Cómo funciona el mundo.
p. 22 E Madrid: Katz Editores.
[lxiv]
Lora, E. (2012) Las reformas
estructurales en América Latina: Qué se ha reformado y cómo medirlo BID p.
5.
[lxv]
Ibídem p. 3.
[lxvi]
Ibídem p. 10.
[lxvii]
Banca universal implica que bajo un mismo techo se ofrecen todos los servicios
financieros.
[lxviii]
Ibídem p. 15.
[lxix]
Ibídem p.16.
[lxx]
Tres décadas de crecimiento desigual e
inestable (2013) p. 176 CEPAL.
[lxxi] Bértola, L. y Ocampo, J.A. (2014) Desarrollo, vaivenes y desigualdades. Una
historia económica de América Latina desde la independencia. p. 152. Secretaría
General Iberoamericana.
[lxxii]
Tres décadas de crecimiento desigual e
inestable (2013) p. 78 CEPAL.
[lxxiii]
“Los factores exógenos que contribuyeron al alza del ingreso nacional bruto
disponible en el último periodo, también incidieron en el menor recurso al
ahorro externo, las políticas en materia
de sostenibilidad de las finanzas públicas y de manejo de reservas
internacionales. La contrapartida fue la reducción del endeudamiento externo
como proporción del PIB, la significativa acumulación de reservas internacionales
netas y los ahorros públicos acumulados en fondos soberanos. Ibídem p. 91.
[lxxiv]
El coeficiente de Gini normalmente se utiliza para medir la desigualdad en los
ingresos en un país, pero en general se puede usar para medir cualquier
distribución. El coeficiente de Gini es un número entre 0 y 1; si es 0
significará perfecta igualdad (todos tienen los mismos ingresos) y si el valor
es 1 habrá perfecta desigualdad (una persona tiene todos los ingresos y los
demás ninguno).
[lxxv]
Ibídem, p. 79.
[lxxvi] Piketty,
T. (2014) El capital en el siglo XXI. FCE.
[lxxvii] Alvaredo, F. y Londoño, J. (2013) High incomes and personal taxation in a
developing economy: Colombia 1993-2010. Working Paper No. 12. Tulane
University.
[lxxviii] WTID — The World Top Incomes Database— registra información tributaria. Proyecto
liderado, entre otros, por Thomas Piketty de la Escuela de Economía de París.
Dispone de extensas series de datos, principalmente para los países ricos. De
América Latina solo se tienen series de Colombia, Uruguay y Argentina. En el
siguiente sitio puede consultarse toda la información al respecto: http://topincomes.parisschoolofeconomics.eu/#CountryInformation:
[lxxix]
Pero no en términos netos porque la remisión de utilidades al
exterior “descuadra” la ecuación. “Aunque los flujos de entrada se han
mantenido altos (un 2,8% del PIB latinoamericano durante el auge de 2004-08),
los crecientes egresos por remesas de utilidades de las empresas y las crecientes
inversiones de empresas (y empresarios) latinoamericanos en el exterior (0,9 y
1,7% del PIB en igual periodo) debilitaron la transferencia neta de recursos a
través de la inversión extranjera de manera notable en la primera década del
siglo XXI.” Bértola, L y Ocampo, J.A (2014) Desarrollo,
vaivenes y desigualdades. Una historia económica de América Latina desde la
independencia. Secretaría General Iberoamericana p. 243.
[lxxx]
Ibídem. p. 183.
[lxxxi]
“Para fines analíticos, se considera aquí como integrantes del sector informal
a los trabajadores por cuenta propia y familiares no remunerados; a los de la
microempresa, definida como una unidad de producción que emplea hasta cinco
personas, y a los que se desempeñan en el empleo doméstico…la mayor parte de
los pobres pertenece al sector informal de la economía, pero ello no significa
que todos los trabajadores informales sean pobres” Rosenbluth G (1994) Informalidad y pobreza en América Latina
CEPAL. p.1.
[lxxxii]
Bértola, L. y Ocampo, J.A. (2014) Desarrollo,
vaivenes y desigualdades. Una historia económica de América Latina desde la
independencia. Secretaría General Iberoamericana p.262.
[lxxxiii]
Ibídem. p. 244.
[lxxxv] La pobreza extrema se define como el estado más agudo de pobreza.
Según el Banco Mundial, pobres extremos son aquellos que subsisten con menos de 1.25 dólares diarios.
Recientemente surgió el eufemismo de habitantes
de calle para llamar a estos olvidados que viven — ¡y mueren!— en las orillas del río que atraviesa nuestra
ciudad.
[lxxxvi]
Informe Regional de Desarrollo Humano 2013-2014. Seguridad Ciudadana con rostro
humano: diagnóstico y propuestas para América Latina. p. 6.