Por: James Joyce
Durante el fértil exilio en
Trieste, que le deparó la amistad de Italo Svevo, Joyce estuvo a la caza de un
lector absoluto. Creyó encontrarlo en las alumnas que asistían a sus lecciones
informales en casa de Paulo Chuza. Pronto centró su atención en solo una de
ellas, Amalia Popper, a la que consagrará el Giacomo. Este es un texto de complejidad extrema, un vasto delta
que desembocará en Ulisses y Finnegans Wake…
Presentar este libro es una
ceremonia de trasgresión y de traición. Estamos arrojando luz sobre un texto
secreto, impidiéndole que sea segregado. En el origen de la palabra secreto
está, como se sabe, la palabra cautela, la exigencia de precaución, el temor a
la imprudencia. Tenemos que vernos a nosotros mismos, entonces, como
confabulados, cómplices de un saber prohibido y, también, como testigos imprudentes.
El mayor de los deseos de Joyce al componer Giacomo
era que estuviéramos aquí, leyéndolo, oyéndolo, negándonos a su destrucción…
Tomás Eloy Martínez
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