Por Álvaro Lobo
El
14 de octubre de 1888 nació en Wellington, Nueva Zelanda, Kathleen Beauchamp,
quien será conocida como Katherine Mansfield, una de las más importantes
escritoras de la literatura inglesa del siglo XX. Cuando tenía cinco años, su
familia se mudó a un área rural, a la aldea de Karori, donde asistió a la escuela primaria y pasó los
mejores años de su infancia. Allí nació su hermano Leslie. Sus padres la consideraban
lenta y sin iniciativa, y, sin embargo, a muy corta edad comenzó a escribir una
especie de relato, Julieta,
en el que describió sus sentimientos, trabajo notable para una niña.
En
1898 la familia vuelve a vivir en Wellington y al cumplir Kathleen quince años,
su padre, siguiendo una tradición de las familias coloniales, envía su hija a
la metrópoli para que culmine sus estudios. En Londres ingresa en el Queens
College, en Harley Street. Vivió esos años como
solía hacerlo en su hogar, como una solitaria. Soñaba y escribía. Dirigía la
revista del colegio y escribía versos. Se aficionó a la música hasta
convertirse en una fina ejecutante del violoncelo. Buscaba expresar, sin
saberlo, el colorido que tendría para ella el mundo.
Llegó
la hora, sin embargo, en que su padre le ordenó retornar a Nueva Zelanda. Pasó
en casa los dos años siguientes en una constante contrariedad por la que
consideraba una vida provinciana. Escribió en su diario: “Cuando esté allí,
(Wellington) me comportaré de una manera tan insoportable, que se verán
obligados a traerme de nuevo a Londres”.
Su
padre ahora era un hombre importante en la vida comercial del puerto; pronto
será Sir. Amaba
a su hija, comprendía muy bien que deseara escribir y la consideraba
inteligente, pero débil. Ella, por su lado, ni por un momento dejaba de pensar
en la lejana Londres.
Añoraba
los teatros, el ambiente de esa ciudad, e inevitablemente la comparaba con la
desierta vida cultural de Wellington. Sentía en su alma una inclinación
artística y deseaba ser escritora, ¿pero escribir acerca de qué y cómo hacerlo?
“No puedo escribir nada; tengo muchas ideas, pero no encuentro tema. Quisiera
escribir algo que fuese a la vez misterioso, bello y original”, anotó en su
diario.
Sus
creaciones literarias tomaron la forma de cuentos breves. En este período, por
fin, su padre consigue que publiquen algunos de esos cuentos en una revista de
Melbourne. Cuando el director le solicitó su biografía le respondió: “Me pide
usted algunos detalles sobre mi vida…Soy pobre, oscura, tengo dieciocho años y
un apetito voraz por todas las cosas, y principios tan endebles como mi prosa”.
Deseaba
con todas sus fuerzas vivir de nuevo en Londres y desarrollar una vida
artística. Fue tal su determinación que su padre le permitió regresar y le
asignó una pensión anual. En julio de 1908 marchó a la capital inglesa y nunca
más regresaría a su hogar. Inició una vida artística dispuesta a promover la
experiencia íntima. Aspiraba inmolar su vida para engrandecer su alma, como
solían pensar los jóvenes artistas de aquella época en Inglaterra. Luego
llegaría a lamentarlo: “No ha sido tan solo una experiencia; ha sido también
una devastación y un despilfarro”.
Conoce
a un profesor de canto, un tal George Bowden, once años mayor que ella, y
acuerdan casarse bajo la extraña condición de que él respetará su derecho a
vivir su “vida artística”, pero el matrimonio fracasa y a los pocos días se
separan. Su vida discurre de un modo equívoco. Conoce a un chico, Garnet
Trowell, del que espera un hijo. Su madre la lleva a Bad Wöorishhofen, un
pueblo en Baviera, para ocultar el nacimiento del niño. Allí sufre un aborto.
Escribe
una serie de cuentos que se reunirán en su primer libro: En
una pensión alemana, publicado en 1911. Este libro refleja,
quizá con un realismo cruel, una Alemania desapacible. Es una obra bien
escrita, pero la autora pronto se desilusionó de ella. Creía haber sido injusta
con la impresión que dejaba de Alemania y no permitió nuevas ediciones.
En
diciembre de 1911 recibió una carta de un joven escritor, John Middleton Murry,
solicitándole colaborar en una revista literaria de Oxford que él editaba,
llamada Rhytm. Katherine
comenzó a escribir cuentos para esa revista. Fue una publicación de existencia
efímera. Luego vinieron otras con vidas igualmente breves: The
Blue Review y The
signature.
Katherine
y Murry, después de varios años de colaboración en la dirección de estas
revistas, deciden unir sus vidas. Hasta ese momento sus cuentos, escritos con
gran maestría, carecían de vida propia. En 1915 llega a Londres,
proveniente
de Wellington, su hermano Leslie para enrolarse en el ejército inglés. Ese
encuentro la conecta con sus orígenes y decide recrear literariamente su pasado
como lo había sentido en Nueva Zelanda. La terrible noticia de la muerte de su
hermano, un mes después, produjo un dolor del que jamás se recuperó y al mismo
tiempo le dio la fuerza para redefinir la dirección de su obra.
“Creo
que he sabido desde hace tiempo que la vida había terminado para mí, pero nunca
me di cuenta de ello ni lo reconocí hasta la muerte de mi hermano. Sí, aunque
él yace en medio de un bosquecito de Francia y yo aún camino erguida y siento
el sol y el viento del mar, estoy tan muerta como él. El presente y el futuro
no significan nada para mí. Ya no tengo “curiosidad” acerca de la gente; no
deseo ir a ninguna parte; y el único valor posible que algo puede tener para mí
es que me recuerde algo que ocurría o se daba cuando él vivía. Deseo escribir
sobre esa época, y él quería que yo lo hiciera. Lo conversamos en mi pequeña
buhardilla de Londres”.
El
mundo y los paisajes de su infancia que le parecían insoportables cuando vivía
en su país, ahora volvían para convertirse en la principal fuente de
inspiración de su más refinada obra literaria.
Así
surgen sus maravillosos cuentos plenos de vida. “Ahora… ahora quiero escribir
recuerdos de mi propio país. Sí, deseo escribir sobre mi propio país hasta que
simplemente agote mis recuerdos. No sólo porque se trate de una “deuda sagrada”
que le pague a mi país porque mi hermano y yo nacimos allá, sino también porque
en mis pensamientos recorro con él todos los lugares recordados. Nunca me
aparto de ellos. Deseo renovarlos por escrito”.
Cuando
publicó estos cuentos, pocos críticos los valoraron de forma adecuada. Sólo un
reducido grupo de escritores ingleses rápidamente reconoció con entusiasmo su
calidad. El público, por su parte, se rindió al encanto de su cuentos y
pequeños relatos: Bliss, The garden-party, etc,
obtuvieron un éxito inmediato.
En
1920 aparecen los síntomas de la enfermedad que terminará con su vida. A partir
de entonces erró entre Londres, las montañas suizas y la Provenza en busca de
una cura para su enfermedad. En 1922, escribir le resultaba imposible por su
enfermedad y por sus ideas místicas sobre la necesidad de la purificación de su
espíritu. En octubre de ese año abandona definitivamente la escritura y entra a
formar parte de una fraternidad espiritual en Fontainebleau, donde
falleció el nueve de enero de 1923.
En
sus cuentos del período de madurez toma personajes, ambientes, etc., y en un
breve corte en el tiempo nos enseña, en esa aparente banalidad, la causa de la
emoción y la admiración de la vida. Su mirada se posa sobre lo cotidiano y nos
sugiere el trasfondo inquietante y frágil que sostiene a la vida.
Ciertos
críticos han querido ver en su obra una influencia directa de Anton Chéjov. Sin
embargo, sus estilos, los temas y las tensiones en que viven sus personajes son
muy diferentes. Ambos
son maestros de la concisión. Katherine Mansfield sentía una gran admiración por
la obra y por el escritor, a quien nunca conoció. “¡Ah, Chéjov! ¿Por qué estás
muerto? ¿Por qué no puedo conversar contigo, en
una gran sala un tanto oscura, al final de la tarde, cuando la luz es verde por
los árboles de afuera que se sacuden?”.
Su
obra consiste en cuentos, novelas breves y su Diario. En
una pensión alemana (1911), Felicidad
y otros cuentos (1920), Fiesta
en el jardín y otros cuentos (1922), El
nido de la paloma y otros cuentos (1923), Algo
infantil y otros cuentos (1924) y Diario
(1927).
Esta
columna sobre la vida de Mansfield sigue, de cerca, al ensayo de André Maurois
sobre la vida y la obra de la autora, aparecido en el libro Mágicos y lógicos, y la introducción de
John Middleton Murry al Diario de
Katherine Mansfield.
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