martes, 1 de enero de 2013

GIACOMO JOYCE





Por: James Joyce
Durante el fértil exilio en Trieste, que le deparó la amistad de Italo Svevo, Joyce estuvo a la caza de un lector absoluto. Creyó encontrarlo en las alumnas que asistían a sus lecciones informales en casa de Paulo Chuza. Pronto centró su atención en solo una de ellas, Amalia Popper, a la que consagrará el Giacomo. Este es un texto de complejidad extrema, un vasto delta que desembocará en Ulisses y Finnegans Wake
Presentar este libro es una ceremonia de trasgresión y de traición. Estamos arrojando luz sobre un texto secreto, impidiéndole que sea segregado. En el origen de la palabra secreto está, como se sabe, la palabra cautela, la exigencia de precaución, el temor a la imprudencia. Tenemos que vernos a nosotros mismos, entonces, como confabulados, cómplices de un saber prohibido y, también, como testigos imprudentes. El mayor de los deseos de Joyce al componer Giacomo era que estuviéramos aquí, leyéndolo, oyéndolo, negándonos a su destrucción…
Tomás Eloy Martínez

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