El 10 de diciembre del presente año se presentará en Medellín la profesora Martha Nussbaum, forjadora, junto a Sen, del enfoque de las capacidades, de gran influencia en la teoría del desarrollo humano y defensora de la autonomía de la mujer, especialmente en el mundo subdesarrollado, en particular en India.Es una excelente oportunidad para familiarizarse con su visión de las capacidades. Como una ayuda al lector interesado, se presenta un capítulo del libro América Latina, ¿un alfil sin albedrío? que ofrece una síntesis del mencionado enfoque.
Capítulo final del libro: América
Latina, ¿Un alfil sin albedrío?
Álvaro Lobo
Editorial Pi.
Medellín
2015
La insatisfacción creada por el
divorcio entre crecimiento económico y progreso
social condujo a la creación de teorías que explicaran de forma más
adecuada la situación de atraso y
pobreza de las sociedades, bosquejaran
una visión humana del desarrollo y brindaran
estrategias relevantes enfocadas a mejorar las vidas de las personas y
no solo estimularan el crecimiento de
los indicadores económicos.
El debate partió de una fuerte crítica a la teoría económica
por su visión reduccionista del hombre—el
homo economicus—. La célebre tesis de Edgeworth, forjador de los
cimientos de la teoría neoclásica, “el primer principio de la Economía es que
cada agente está movido solo por su propio interés”, supone al ser humano como un maximizador de
utilidad, quien concibe a los otros como
medios y al mundo como una fuente de recursos para obtener utilidad. Es la concepción del hombre como un
egoísta atroz . El sujeto supuestamente actúa de forma racional y realiza elecciones que optimizan su utilidad y en cualquier circunstancia
mantiene consistencia interna, de modo que su elección será siempre la misma y
no entrará en su consideración la situación de los demás. El agente concebido
así es
un perfecto y consistente ganador. Nunca cambiará su elección a pesar de
la poca información con que cuenta. Choca a nuestra intuición percibir al
hombre de esta forma, alejado de toda
razón práctica. Esta descripción llevó a
Amartya Sen a definir a tal sujeto como
un tonto racional. Por su parte,
Hirschman sostuvo que: “La economía, en cuanto ciencia del comportamiento
humano, se ha basado en un postulado extraordinariamente parsimonioso: el del
individuo aislado y centrado en sus propios intereses, quien libre y
racionalmente escoge entre diversas alternativas de acción, luego de sopesar
sus presuntos costos y beneficios.”.
Sen se propuso crear un enfoque que introdujera a la teoría de la elección
racional elementos de carácter social y de justicia, por cuanto
partió de la base de que las personas razonan no solo en virtud de la utilidad
sino de la justicia y, además, tienen intereses, valores y juicios
distintos. Considera que las personas
reflexionan sobre sus preferencias—las metapreferencias— de forma crítica, no se guían solo por su interés propio y no
están cautivas en un universo simple. Por el contrario, las elecciones de las personas son críticamente examinadas. Esto supone que la
naturaleza humana es perfectible, pueden
invocarse razones dirigidas a justificar
la elección que se realiza, y estas
deben ser objeto de escrutinio. En tal sentido, esta forma de razonar “es más rigurosa que el
seguimiento de la simple fórmula de la maximización del interés propio.”.
La visión de Sen critica de
manera aguda la preocupación exclusiva
por el mejoramiento de los objetos inanimados—por ejemplo, el producto interno
bruto—en vez de los indicadores de bienestar, libertad y calidad de vida. Se
da más importancia a los medios que a los fines. De modo que el ingreso, la
riqueza y la opulencia ocupan un lugar central y no son considerados en cuanto
recurso para que las gentes vivan vidas libres, prolongadas, saludables y
dignas, verdaderas finalidades de la existencia. Su teoría entraña una
concepción de la vida buena, es decir, las múltiples formas en que las personas
conciben, persiguen y alcanzan su bienestar, acorde con la valoración de
su vida. Esa capacidad de valorar la existencia
fundamenta la idea del ser humano
como sujeto moral. Y su posibilidad de discernir y alcanzar sus metas, determinan
su capacidad de agencia. Sen entiende el
desarrollo como libertad y, esta, como independencia de elección social; así,
quedan unidas la ética y la economía.
El fundamento de Sen es su teoría
de las capacidades. Estas se “refieren a las diversas combinaciones de
funciones que puede lograr la persona.
Por lo tanto, la capacidad es un tipo de libertad: la libertad
fundamental de conseguir distintas combinaciones de funciones (o en términos
menos formales, la libertad de lograr diferentes estilos de vida).”. Y las funciones se entienden como un logro específico de una persona: lo
que es o hace. Las funciones no son los
bienes, los recursos ni la utilidad. “…Pueden ir desde lo elemental, como comer
bien y no padecer enfermedades
evitables, hasta actividades o estados personales muy complejos, como
ser capaz de participar en la vida de la comunidad y respetarse a sí
mismo.”. La realización de las
funciones representa la plenitud de la
vida buena. Por ello, el conjunto de las funciones elegidas
por la persona constituye su
capacidad. “Una persona que pasa hambre y otra que ayuna tienen el mismo tipo
de funcionamiento en lo que respecta a su nutrición, pero no disponen de la
misma capacidad, pues la que ayuna es capaz de no ayunar, mientras la hambrienta
lo es porque no tiene elección.”.
La capacidad es, en realidad, la
libertad de la persona de escoger su vida, es la que permite a la persona
gobernar su existencia. Se entiende la
libertad en su aspecto positivo, es decir, la posibilidad de autodeterminación,
el deseo del individuo de ser su propio arquitecto y actuar según sus propios
criterios.
En una democracia auténtica los
gobiernos se enfocan en la promoción de
las capacidades, y no de las funciones,
porque así impulsan la expansión de la libertad humana.
Eventualmente podría llegar a promoverse
una función particular sin que la capacidad se desarrolle y allí habría una falla moral porque se
restringirían las posibilidades de elección del sujeto. “Existe una diferencia moral enorme entre una
política que promueve la salud y otra que promueve las capacidades en materia
de salud: La segunda (y no la primera) es la que verdaderamente respeta la
elección del estilo de vida de la persona.”.
Al estar ligada a la libertad
sustantiva, la capacidad juega un papel crucial en la habilidad real de la
persona de hacer las cosas que valora. El enfoque de las capacidades se orienta
a las personas y no a los recursos. Por eso la riqueza no es vista como una
manera correcta de establecer las ventajas ni juzgar el éxito humano: no es
algo que tenga un valor en sí misma.
Sen no se inclina por unas
capacidades específicas y, en ese punto, se establece una tensión con Martha
Nussbaum. Esta se orienta hacia una
aproximación a la evaluación de la calidad de vida y a la teorización sobre la justicia social.
Mientras Sen se basa en la libertad, aquella
lo sustenta en la dignidad humana
y se decide por establecer diez
capacidades básicas que los ciudadanos deben disfrutar para tener una vida
digna. Sen no admite la lista única de
capacidades propuesta por Nussbaum porque es creada por fuera del escrutinio y
de la participación de los afectados: esto iría en contra de la base del enfoque, que es la libertad.
No se pretende aquí hacer una
reconstrucción del enfoque de las capacidades. El propósito solo consiste en
sortear de algún modo el economicismo que domina la reflexión sobre el
desarrollo y hace de él un territorio hostil a otras miradas. Se continúa confiando en que el crecimiento,
tarde o temprano, impactará en la sociedad de forma positiva.
Es indispensable insistir en el
enfoque de las capacidades por cuanto en él los seres humanos son considerados
como finalidades, y si el objeto es la promoción de la riqueza de la vida
humana, existen razones suficientes que conducen a enfatizar en este propósito y no en los
medios—la economía—, que es un camino inseguro, tortuoso, incierto y pleno de injusticia.
A pesar de la fertilidad mostrada
por la teoría de Sen y su enorme influencia en los debates,
continúa siendo mínima su incidencia en los programas gubernamentales— ya se
señalaron las consecuencias que esto tiene en la evolución de las personas y de
las sociedades—. Si bien desde 1990 el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo realiza de forma anual el
Informe sobre Desarrollo Humano, su
cálculo es todavía una aproximación remota a la medición de las capacidades. De
hecho, estas son inobservables puesto que no se cuenta con toda la
información a la hora de evaluar la libertad humana. Quizá las capacidades no
puedan aún ser medidas de forma directa.
No obstante, hay un enorme avance
institucional en pos de una mejor comprensión del enfoque. Por ahora el PIB continúa siendo utilizado de forma
directa en la elaboración del Informe. La Comisión de la Medición del Desarrollo
Económico y del Progreso Social—presidida por
Joseph E. Stiglitz, con la participación de Amartya Sen— estudió los
límites del PIB como indicador de los resultados económicos y sociales,
reexaminó los problemas relativos a la medición, identificó datos adicionales
que podrían ser necesarios para obtener indicadores sociales más pertinentes, evaluó la viabilidad de
nuevos instrumentos de medición y debatió sobre una presentación adecuada de
datos estadísticos. Si sus recomendaciones se
llevaran a la práctica como se
espera, se producirían sin duda transformaciones significativas. El informe
establece claramente que este indicador
mide solo la producción mercantil (expresada en unidades monetarias) y
en eso radica su utilidad. Se usa como si fuera una medida del bienestar
económico. La confusión entre ambos conceptos conduce a percepciones erróneas
sobre el bienestar de la población e induce a decisiones equivocadas.
Por otra parte, los gobiernos
continúan, en lo fundamental,
prisioneros del fetichismo del
PIB. Definen sus políticas persiguiendo un mayor crecimiento, en lugar de
centrarse directamente en los factores que enriquecen la vida humana. Como se
concibe al capitalismo siempre creciendo, el indicador debe crecer y, si no lo
hace o disminuye, existirá un grave problema. Esta idea es un mito.
Posiblemente algunos países necesitarán
crecer. Otros (los altamente desarrollados) requieran un menor crecimiento—o
incluso no crecer— porque los miembros
de la sociedad hayan alcanzado un
estándar elevado que haga surgir en
ellos el deseo y la esperanza de los
valores de la vida buena. Keynes creía y esperaba firmemente que se diera un
término al crecimiento, un momento en el que los deseos materiales fueran satisfechos
de forma definitiva.
Es el momento de dar un giro y definir que la
responsabilidad del Estado consiste en asegurar intervenciones significativas
que provean de libertad a los ciudadanos.
Es tiempo de citar ampliamente a
Sen:
Estoy a favor de un nuevo mundo,
no de un nuevo capitalismo. ¿Qué quiere decir eso? ¡Por qué no nuevo
socialismo, con mucho más mercado! Vivimos en un mundo multiinstitucional.
Nadie lo explicó mejor que Adam Smith. A veces se le considera el padre de la
economía de mercado, pero sostuvo que el Estado debe proporcionar una educación
pública, dar ayuda a los pobres… En La riqueza de las naciones explica que la
intervención del Estado a favor de los pobres es casi siempre buena y
productiva, pero que ¡mira por dónde! La mayoría de las intervenciones se hacen
a favor de los ricos y son improductivas. Es un contrasentido.
El futuro de Latinoamérica penderá críticamente de varios asuntos.
Continúa siendo significativa su
dependencia del sector externo.
Su especialización histórica en la producción de materias primas
hacia los mercados industrializados,
tendencia acentuada en los últimos años que condujo al desmantelamiento de la industria y parte de la agricultura, la hace más
vulnerable a las fluctuaciones del mercado mundial. Esta es una situación que
podría mitigar en parte desarrollando su mercado interno por la vía de la
integración regional—proceso que históricamente fue una debilidad—. El atraso tecnológico y la inexistente inversión en investigación de
altas tecnologías perpetúan la dependencia. Por tanto, es de esperar que en
este campo se concentren esfuerzos significativos, así como en el área
educativa. Quizá la principal asignatura
pendiente sea superar los escandalosos
índices de inequidad. Es un imperativo
moral reducir los niveles de desigualdad porque ella, en sí misma,
es la fuente de atraso en el avance de las capacidades de las personas.
El sistema neoliberal vigente
impone severas restricciones a la búsqueda de soluciones propias. No obstante,
es preciso fijar nuevos criterios porque no todos los elementos de la órbita social pueden estar determinados por el
mercado. La calidad del empleo registra un deterioro notable. La informalidad
continúa en niveles elevados. Esta situación, unida a los déficits de
educación, salud, seguridad ciudadana y
al desmonte del limitadísimo estado de bienestar que se había creado hasta los
años ochenta, se convierte en la
práctica en una restricción absoluta a las capacidades de las personas, al
desarrollo humano y al fortalecimiento de la democracia.
Ahora la región es gobernada con
políticas concebidas y elaboradas en los
centros de pensamiento vinculados a la
ideología de las instituciones financieras multilaterales que no guardan
correspondencia con nuestras realidades y no resuelven los anhelos de la
sociedad de una vida mejor. Los
territorios se suponen homogéneos y se aplican las mismas recetas. En tanto nuestros países continúen guiándose mansamente por la
ideología neoliberal, permanezcan bajo la tutela del FMI y del BM y no reflexionen de forma original sobre su
propio destino, continuará América Latina siendo un alfil sin albedrío.