lunes, 22 de octubre de 2012

JOSÉ ANTONIO SUÁREZ LONDOÑO



Por  Carlos Arturo Fernández U.

En el panorama del arte colombiano actual, caracterizado por la absoluta proliferación de nuevos medios, en aparente paradoja, se presenta la obra de José Antonio Suárez Londoño (Medellín 1955), desarrollada a partir de medios más tradicionales como el dibujo y el grabado.

Suárez ha hecho suya la consigna Null diez sine línea, “ningún día sin una línea”, con la cual el escritor romano Plinio el Viejo recomendaba a los escritores el ejercicio permanente de su trabajo — Suárez la escogió como titulo para su exposición en Suramericana de Seguros, en Medellín, en 1999—. Plinio agrega que esa era también la costumbre del pintor griego Apeles, quien, a pesar de otras ocupaciones, siempre  dedicaba una parte de su tiempo al arte, trazando al menos una línea. La obra de José Antonio Suárez Londoño parece dominada por esta obsesión del trabajo incesante, que se manifiesta en una enorme cantidad de pequeños dibujos, a veces más allá de la miniatura, referidos a los más diversos asuntos. Y, justamente en esta dirección se puede comprender que en su obra el uso de los medios es tradicional solo en apariencia, no en cuanto al fondo estético.
 Cabe destacar los altos valores artísticos de los dibujos de Suárez, su precisión y limpieza, el equilibrio de su minúsculo tamaño, la riqueza de tramas, luces y sombras, su variedad. Sin embargo lo que encontramos aquí se aparta de la idea clásica del dibujo como forma de apropiación de las apariencias de lo real o como boceto de un trabajo “mayor”, e incluso de la alternativa, también tradicional, del dibujo como valor de arte autónomo.


La obra de José Antonio Suárez Londoño no se reduce a hacer un dibujo. En ella no es posible determinar con claridad si la categoría de la obra de arte se establece en la separación de cada dibujo, si se refiere a las distintas series que va elaborando, o si, en último término es la totalidad de estos dibujos lo que se constituye en obra de arte. En realidad, a través de su multiplicación y sobre abundancia, el trabajo de Suárez manifiesta una carga conceptual que lo distingue de los procesos tradicionales. Lo que aparece aquí es una especie de diario de vida que abarca todas las dimensiones de  la existencia, quizá más allá de cualquier límite. Lo consiente y lo inconsciente, la poesía, la cultura popular, la historia social, la naturaleza, la historia del arte, retratos, sellos, grabados antiguos, notas de prensa, cartas, plantas, eventos, lecturas; todo se presenta aquí de manera simultanea. 


Como ocurre en la vida cotidiana, cada una de estas realidades llega caóticamente a nuestra conciencia; pero Suárez tiene la capacidad de separarlas y, en el breve lapso de cada dibujo, someterlas a una observación minuciosa que revela su dimensión poética. Casi de inmediato, con la premura que le impone la decisión de no dejar que transcurra ni un solo día sin trabajar, pasa al análisis de otros asuntos. El resultado, mucha más allá de la evidente calidad plástica de estos pequeños dibujos, es una forma de diario íntimo que, posiblemente, no hace referencia tanto a los acontecimientos de la vida cotidiana del artista sino, sobre todo, a la existencia humana como proceso siempre abierto a la experiencia y al conocimiento. En otras palabras, para José Antonio Suárez Londoño el dibujo es un medio conceptual y no un simple ejercicio académico o formal.


Por otra parte, junto al trabajo permanente en la obra de Suárez se identifica el arte como un “hacer siempre lo mismo y hacerlo distinto”. Es la idea de un compromiso permanente con la obra que se desarrolla de manera cada vez más profunda y diversa, en la clara conciencia de que, desplegando su relación intrínseca con las experiencias cotidianas, el trabajo girará siempre alrededor de los mismos asuntos. Se plantea así un concepto que se descubre en amplios sectores del arte contemporáneo, según el cual el artista es un investigador que profundiza en una línea especifica de pensamiento y, por eso, de algún modo, trabaja siempre sobre su propia obra. Por eso mismo, la obra de José Antonio Suárez Londoño adquiere una conciencia cada vez más lucida de la riqueza de  significación que puede trabajar, y se plantea compromisos más intensos con la realidad nacional.

domingo, 21 de octubre de 2012

Colombia: Comercio y Transporte 1850-1929

Por: Rafael Darío Muriel


Editorial Pi presenta una edición especial del estudio sobre la relación  entre el comercio y el sistema de transportes en el período 1850 y 1920 en Colombia escrito por Rafael Darío Muriel. Es al mismo tiempo, una investigación rigurosa y un encantador relato sobre un período fundamental en la formación histórica del país.

El sistema de transportes colombianos en la segunda mitad del siglo XIX descansaba en la complementariedad entre los caminos de herradura y la navegación a vapor. Esta última vinculaba el país con el mercado mundial. Por esta vía se había realizado la exportación del  oro. Internamente existía una economía de regiones aisladas, sin ningún nexo que las integrara. Comenzó entonces un incipiente comercio de exportación de materias primas, como el tabaco, la quina y el añil, y la importación de telas inglesas y alimentos, como la harina de trigo de Estados Unidos. Luego  se inició la creación de la industria cafetera, la cual requirió una infraestructura ferroviaria que a la postre se convirtió en el elemento vital del sistema vial nacional. Este proceso finalmente integró buena parte del país, propició la creación de un mercado interno y creó los cimiento de la industria manufacturera.

El autor narra la agitada historia tras los ferrocarriles por cuyos escenarios desfilan el capital y los intereses extranjeros, los empresarios nacionales y el  estado colombiano, así como la formación del enclave en la zona bananera de Santa Marta, cuyos ferrocarriles representaron para los colombianos símbolos luctuosos.

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miércoles, 17 de octubre de 2012

DICKINSON


Por Álvaro Lobo



Entre  los años 1800 y 1820 en New England, el pequeño territorio en que se asentaron los padres fundadores de la nación americana, surgió un extraordinario grupo de creadores —Emerson, Whitman, Poe, Melville, Thoreau, Hawthorne—que sentaron las bases de la  literatura y en general de la cultura del nuevo país. 

Otro grande escritor de esa región, Henry Miller, un siglo después, reflexionando sobre estos hombres extraordinarios, escribió: «Thoreau, Whitman, Emerson, estos hombres han sido, hoy en día, reivindicados. En la oscuridad de los hechos cotidianos, sus nombres se elevan altos como faros. Pagamos un bravo tributo verbal a su memoria, pero seguimos ignorando su sabiduría. Nos hemos convertido en víctimas del tiempo, miramos el pasado con aflicción y queja. Es demasiado tarde para cambiar, pensamos. Pues no. Como individuos, como hombres, nunca es demasiado tarde para cambiar. Y es esto exactamente lo que estos obstinados precursores afirmaron toda su vida…»

Pues bien,  de ese grupo de sabios precursores hacia parte una excelente creadora: Emily Elizabeth Dickinson. Su singular historia es bien conocida. Había nacido en el pueblito  de Amherst en 1830. Allí mismo estudió en el colegio fundado por su abuelo y luego de adquirir una educación básica se mantuvo en las casa de sus padres. En su vida realizó brevísimos viajes a Boston,  Filadelfia  y Washington por  asuntos médicos. Estuvo gran parte de su vida  recluida en su casa hasta el 15 de mayo de 1886, día en que murió. 

En un ambiente puritano, extremadamente difícil para que una mujer pudiera dedicarse a la literatura, Dickinson consagró su vida a crear una obra poética incomparable en la más completa soledad.  Carente de la experiencia del mundo y con su escasa formación académica  emprendió el arte de descifrar el enigma de la naturaleza y de su  alma. Al morir fueron hallados 1775 poemas. Un verdadero tesoro literario.

Salvo un  poema, su obra permaneció inédita.

Presentamos una muestra tomada de La soledad sonora, traducción de Lorenzo Oliván, editado por Pretextos en 2010.



101

¿EXISTIRÁ  en verdad una “Mañana”?
¿Existirá lo que llamamos “Día”
¿Podría verlo desde las montañas
si yo fuese tan alta como ellas?

¿Y tendrá pies igual que los nenúfares?
¿Plumas como los pájaros?
¿Será traído de remotas tierras
de las que yo jamás escuché hablar?

Oh, dónde el erudito, el marinero,
oh, dónde el sabio astrólogo
que diga a esta pequeña peregrina
en qué lugar esa “Mañana” está.


145

ESTE corazón tantas veces roto,
Estos dos pies nunca desfallecientes,
Esta fe que aguardó a las estrellas en vano,
suavemente entregadlos a los muertos.

Jamás el galgo atrapará a la liebre
que, jadeante, ha palpitado aquí,
ni cualquier colegial robará el nido
construido con tal delicadeza

   
162


MI río va hacia ti.
Mar azul ¿Me darás la bienvenida?
Mi río aguarda réplica.
Oh mar, sé tu propicio.
Traeré mis arroyuelos
desde diseminados territorios.
Habla, mar. Tómame.


189


QUE leve cosa es el llanto,
qué fugaz un suspiro
y, no obstante, por artes tan pequeñas
los hombres y mujeres nos morimos.


919


SI yo puedo evitar que un corazón se pare,
no  habré vivido en vano.
Si yo puedo aliviarle a una vida el dolor
o calmar su pena;

si ayudo a un desmayado petirrojo
y lo llevo de nuevo hasta su nido,
no habré vivido en vano.

martes, 16 de octubre de 2012

ENSAYO SOBRE LA ESTUPIDEZ

Robert Musil



Editorial Pi presenta una edición especial del lúcido ensayo    Sobre la estupidez de Robert Musil. Musil nos advierte, entre otros aspectos, que  « En la vida, se suele entender por estúpido alguien que «es algo débil de cerebro». Pero, existen también las más variadas aberraciones intelectuales y psíquicas, por las que incluso una inteligencia indemne desde el nacimiento puede verse tan impedida, obstaculizada y confusa, que se vea reducida a una condición en la que el lenguaje tenga a su disposición una vez más sólo la palabra estupidez. Por tanto, dicha palabra incluye dos tipos en el fondo bastante diferentes: una estupidez simple y honesta y otra que, un poco paradójicamente, es señal de inteligencia también. La primera se debe más que nada a una debilidad de la razón, la otra más bien a una razón que es un poco débil respecto a otra cosa, y esta última es, con mucho, la más peligrosa. »

Leer el ensayo completo aquí.
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