miércoles, 10 de julio de 2019

Sobre el deseo. Álvaro Lobo

Todos deseamos  dos cosas en la vida: estatus social y fortuna. Ambos anhelos están relacionados. Para comprender  por qué deseamos lo que deseamos debemos  saber  el papel que los otros desempeñan en nuestra vida. ¿Qué es lo que queremos de ellos?

Aristóteles, para ir bien lejos en procura  de autoridad, decía que el hombre es un animal político. Quería indicar con ello que el hombre está determinado a vivir en comunidad. A vivir con los demás.  Estamos  rodeamos de familiares, de amigos….

¿Por qué necesitamos de otras personas? En cierta forma ellas  son una fuente de placer para  conversar, jugar o tener encuentros sexuales. También las precisamos por los bienes y servicios que ofrecen. Requerimos al tendero, al médico, a quien nos asista en los servicios domésticos. Para proveernos de todo esto establecemos  relaciones  en un contexto laboral.

Inquirimos  a los semejantes  por la utilidad del intercambio social. Sin ellos nos sentimos inseguros. Podemos llegar a pensar que nuestras elecciones para vivir sean equivocadas. Por ello vamos al prójimo al encuentro de seguridad. Relatamos a los  amigos nuestros  planes, actividades, etc. con la esperanza de recibir su aprobación o, al menos, conocer sus razones.

En el intercambio obtenemos y damos información a los amigos y cercanos, pero igual prestamos atención a los  enemigos, a los desconocidos. Podemos valorar más la opinión de estos que la de los  amigos o familiares porque estos tienen un incentivo para mentirnos.

Aun si no necesitamos  a nadie  para nada de lo anterior, serían indispensables  para que reconozcan nuestra existencia, nos tengan en cuenta y reacciones ante nosotros. Para que  nos amen y, si no nos aman, para que nos admiren y, si no nos admiran, para que nos respeten.

Tal vez por una adaptación evolutiva queremos ser reconocidos. Imaginamos que nuestra vida no es insignificante y que seremos recordados e incluso famosos. También los filósofos más iluminados de la especie ansían la fama. Escriben libros contra la banalidad del éxito y los firman con todas sus letras. De lo último que se libra el sabio es del deseo de fama, sentenció Tácito.

Si eventualmente alcanzamos la fama, seremos igualmente infelices. Por si sola, conjeturó Kant, la felicidad está lejos de ser el bien completo de nuestra razón. Esta no la acepta si no va unida a la dignidad de ser feliz, esto es, el buen comportamiento ético. Con frecuencia, nos  apartamos de este mandato de la razón, por lo cual nos hacemos indignos de la felicidad.

La fama, que perseguimos sin tregua,  reside en la cabeza de los otros y la cabeza de los otros es un lugar lamentable para albergar la auténtica felicidad del hombre, razonó  Schopenhauer.

Buscamos a los demás  no solo para que nos respeten o amen sino por sentimientos claramente negativos. No es suficiente triunfar en nuestro campo. Los otros deben fracasar. Llegamos a provocar el desagrado para luego vengarnos. O frustrar a alguien, como lo hacen los niños con sus juguetes. 

Quizá queremos que nos teman. En cuyo caso no hallamos la fama sino la infamia. Solemos albergar sentimientos negativos: Si no me amas, admírame. Si no me admiras, respétame. Si no me respetas, témeme. Necesitamos, en muchos casos, a los semejantes  para sentirnos superiores a ellos.

Mas esta economía de las pasiones permanece oculta en lo más recóndito, bajo  profundas capas creadas por la cultura que permite a los seres humanos desarrollar sus intercambios de forma refinada, utilizar el eufemismo para comunicar información, evitar aparecer como crueles e insensibles y seguir con sus vidas divinamente. Es este el mecanismo que facilita, en la mayor parte de los casos, desplegar todo nuestro ser: utilizar, seducir, tiranizar y someter a los demás, conservando la corrección social.

Surgen, sin embargo, interrogantes: ¿Existe en el hombre  un lugar para el amor y  la solidaridad a cambio de nada? ¿Vemos en los otros solo un medio para realizar nuestros deseos? ¿Las  personas reflexionan acerca de sus preferencias —las metapreferencias—  de forma crítica o solo se guían por su interés propio y están cautivas en un universo simple?  ¿Las elecciones de las personas son críticamente examinadas? ¿Se deciden no solo en virtud de la utilidad sino de la justicia? ¿La naturaleza humana es perfectible? ¿Las personas pueden  invocar razones dirigidas a justificar la elección que realizan, y estas son objeto de escrutinio?

Los argumentos que presento, en relación con la importancia de los otros en nuestra vida, son, en realidad, una chapuza del refinado análisis que hace William Irvine en su brillante libro Sobre el deseo, publicado en español por el sello Paidós.

Irvine nos lleva a un viaje por las pasiones, pleno de referencias de filósofos, poetas y escritores que acaso vislumbraron con mayor claridad el espíritu humano. Su lectura deja claro cómo el deseo moldea nuestras vidas y, al final, emerge  la inquietante cuestión de la  autonomía moral que los lectores podrán esclarecer cuando se sumerjan en el sutil  y sugerente estudio de Irvine.

domingo, 10 de febrero de 2019

Pienso que hay eternidad en la belleza, Jorge Luis Borges


Creo que he alcanzado, si no cierta sabiduría, quizá cierto sentido común. Me considero un escritor. ¿Qué significa para mí ser escritor? Significa simplemente ser fiel a mi imaginación. Cuando escribo algo no me lo planteo como objetivamente verdadero (lo puramente objetivo es una trama de circunstancias y accidentes), sino como verdadero porque es fiel a algo más profundo. Cuando escribo un relato, lo escribo porque creo en él: no como uno cree en algo meramente histórico, sino, más bien, como uno cree en un sueño o en una idea.
Creo que quizá nos despiste uno de los estudios que más valoro: el estudio de la historia de la literatura. Me pregunto (espero que no sea una blasfemia) si no le prestamos demasiada atención a la historia. Atender a la historia de la literatura –o de cualquier otro arte, si vamos a eso– es en realidad una forma de incredulidad, de escepticismo. Si me digo, por ejemplo, que Wordsworth y Verlaine fueron excelentes poetas del siglo XIX, corro el peligro de pensar que el tiempo los ha destruido en cierta medida, que ya no son tan buenos como fueron. Creo que la idea antigua de que podemos reconocer la perfección del arte sin tener en cuenta las fechas era mejor.

He leído algunas historias de la filosofía india. Los autores (ingleses, alemanes, franceses, americanos) siempre se asombran de que en la India la gente no tenga sentido de la historia, de que traten a todos los pensadores como si fueran contemporáneos. Traducen las palabras de la filosofía antigua a la moderna jerga de la filosofía de hoy. Pero esto significa algo magnífico: confirma la idea de que uno cree en la filosofía o de que uno cree en la poesía; de que las cosas que fueron bellas pueden ser bellas aún.

Aunque supongo que soy completamente antihistórico cuando digo esto (puesto que, evidentemente, los significados y connotaciones de las palabras cambian) , sigo pensando que hay versos –por ejemplo, cuando Virgilio escribió «Ibant obscuri sola sub nocte per umbram» (me pregunto si habré escandido el verso como debiera: mi latín está bastante oxidado), o cuando un antiguo poeta inglés escribió «Norpan sniwde…», o cuando leemos «Music to hear, why hear’st thou music sadly? / Sweets with weets war not, joy delights in joy»– en los que, en cierta medida, estamos más allá del tiempo. Pienso que hay eternidad en la belleza; y esto, por supuesto, es lo que Keats tenía en mente cuando escribió «A thing of beauty is a joy forever» («Lo bello es gozo para siempre» ). Aceptamos este verso, y lo aceptamos como una especie de verdad, como una especie de fórmula. Alguna vez tengo el coraje y la esperanza suficientes para pensar que puede ser verdad: que, aunque todos los hombres escriben en el tiempo, envueltos en circunstancias y accidentes y frustraciones temporales, es posible alcanzar, de algún modo, un poco de belleza eterna.
Jorge Luis Borges
Credo de Poeta
Conferencia pronunciada en la Universidad de Harvard
Curso 1967-1968

jueves, 24 de enero de 2019

El valor de ser mediocre

Tim Wu




Siempre quedo sorprendido por cuántas personas me dicen que no tienen ningún pasatiempo. Podría parecer algo insignificante, pero (aunque suene  grandilocuente) para mí es una señal de una civilización en decadencia. Después  de todo, la idea del ocio es un logro ganado a pulso, pues presupone que hemos rebasado las exigencias básicas de la supervivencia. Sin embargo, aquí en Estados Unidos, el país más rico en la historia, parece que nos hemos olvidado de  la importancia de hacer las cosas por el simple hecho de que disfrutamos hacerlas.
Sí, lo sé: es que todos estamos tan ocupados. Entre el trabajo y la familia y las obligaciones sociales, ¿cómo esperan que tengamos tiempo?
Pero he aquí una razón más profunda que se me ha ocurrido de por qué la gente no tiene pasatiempos: nos da miedo no hacerlos bien. Más bien: nos intimida la expectativa —que ya es un sello distintivo de nuestra época, tan intensamente pública y enfocada en el desempeño— de que debemos ser talentosos hasta en las actividades que realizamos en nuestro tiempo libre. Nuestros “pasatiempos” (lo considero un término anacrónico para lo que hacemos) se han vuelto demasiado serios, demasiado rigurosos; ahora se tratan de una oportunidad para sentir ansiedad sobre si en realidad eres la persona que dices ser.

               Los requerimientos de la excelencia están en guerra con lo que llamamos libertad                                  

Si te gusta correr, ya no es suficiente con que des un par de vueltas a la manzana: ahora hay que entrenar para los maratones. Si te gusta pintar, ya no lo haces nada más para disfrutar de una agradable tarde solo contigo, con tus acuarelas y con unos lirios de agua, sino que ahora debes buscar que exhiban tus obras en una galería, o al menos intentar hacerte de una cantidad “respetable” de seguidores en las redes sociales. Cuando tu identidad está ligada a tu forma de entretenimiento —eres un yogui, un surfista, un escalador—, más te vale hacerlo bien porque si no es así, ¿quién eres entonces?
Aquí lo que hemos perdido es la afición tranquila a tener un talento modesto, a hacer algo por el simple hecho de que lo disfrutas y no porque lo haces bien. No habría que enfatizar que los pasatiempos deben ser una actividad distinta al trabajo remunerado. No obstante, valores ajenos como “la búsqueda de la excelencia” se han insertado y han corrompido lo que solía ser el terreno del ocio, así que ya no hay lugar para el verdadero aficionado.
La población —al menos la de Estados Unidos— parece estar dividida entre los aficionados semiprofesionales (algunos tan dedicados como los atletas olímpicos) y aquellos que se retraen en el ocio pasivo en las pantallas, la marca distintiva de nuestros tiempos tecnológicos.
No niego que se puede obtener mucho sentido al practicar una actividad a nivel profesional y no miro con desdén a quien decida dedicar su vida entera a una pasión o talento innato. Hay experiencias muy profundas que traen consigo el dominio de un arte. Pero también hay una alegría pura y verdadera, un grato deleite, casi infantil, que surge al aprender y simplemente esmerarnos en lo que practicamos. En retrospectiva, se darán cuenta de que los mejores años de sus clases de buceo o de carpintería, por dar algunos ejemplos, fueron cuando apenas se iniciaban, cuando sentían exaltación tan solo por hacerlo.
Aunque pocas veces nos percatamos de ello, los requerimientos de la excelencia están en guerra con lo que llamamos libertad.
Permitirte hacer únicamente aquello en lo que sobresales es atraparte en una jaula cuyos barrotes no están hechos de acero, sino de tus propios prejuicios. Sobre todo en el caso de las actividades físicas, pero también en muchas otras cosas, la mayoría de nosotros seremos verdaderamente excelentes solo en aquello que hayamos comenzado a practicar en la adolescencia. ¿Qué pasa si decides aprender a surfear a los 40 años, como yo? ¿Qué pasa si cuando tienes 60 decides aprender italiano? La expectativa de alcanzar la excelencia puede ser abrumadora.
Se supone que la libertad y la igualdad deben facilitar la búsqueda de la felicidad. Sería muy triste si solo protegiéramos los medios e ignoráramos el fin. Una democracia, cuando funciona como es debido, permite que los hombres y las mujeres se conviertan en personas libres; sin embargo, depende de nosotros, como individuos, si usamos esa oportunidad para encontrar un propósito, alegría y satisfacción.
Si sospechas que esto parece una elaborada súplica para que la gente deje de trabajar tanto, lo es.
De cualquier manera, quisiera expresarme en términos mayúsculos: la promesa de nuestra civilización, el objetivo de todos nuestros esfuerzos y avances tecnológicos, es rescatarnos de la lucha por la supervivencia y darnos tiempo para quehaceres más nobles. Sin embargo, exigir la excelencia en todas nuestras actividades puede menoscabar eso; puede ser un peligro para la libertad o puede incluso destruirla. Nos despoja de una de las mayores recompensas de la vida: el sencillo placer de hacer algo solo porque lo disfrutamos profundamente.




Publicado originalmente en The New York Times. Enero 23 2019

domingo, 23 de septiembre de 2018

Enfoque de las capacidades: una alternativa para alcanzar el desarrollo de América Latina


Álvaro Lobo U.


La insatisfacción creada por el divorcio entre crecimiento económico y progreso  social condujo a la creación de teorías que explicaran de forma más adecuada  la situación de atraso y pobreza de las sociedades,  bosquejaran una visión humana del desarrollo y brindaran  estrategias relevantes enfocadas a mejorar las vidas de las personas y no solo estimularan  el crecimiento de los indicadores económicos.[i]    

El debate partió  de una fuerte crítica a la teoría económica por su visión reduccionista del hombre—el  homo economicus—. La célebre tesis de Edgeworth, forjador de los cimientos de la teoría neoclásica, “el primer principio de la Economía es que cada agente está movido solo por su propio interés”,[ii]  supone al ser humano como un maximizador de utilidad, quien  concibe a los otros como medios y al mundo como una fuente de recursos para obtener  utilidad. Es la concepción del hombre como un egoísta atroz[iii]. El sujeto supuestamente actúa de forma racional  y realiza elecciones que optimizan  su utilidad y en cualquier circunstancia mantiene consistencia interna, de modo que su elección será siempre la misma y no entrará en su consideración la situación de los demás. El agente concebido así  es  un perfecto y consistente ganador. Nunca cambiará su elección a pesar de la poca información con que cuenta. Choca a nuestra intuición percibir al hombre de esta forma, alejado  de toda razón práctica. Esta descripción  llevó a Amartya Sen a definir a  tal sujeto como un tonto racional.[iv]  Por su parte, Hirschman sostuvo que: “La economía, en cuanto ciencia del comportamiento humano, se ha basado en un postulado extraordinariamente parsimonioso: el del individuo aislado y centrado en sus propios intereses, quien libre y racionalmente escoge entre diversas alternativas de acción, luego de sopesar sus presuntos costos y beneficios.”.[v]


Sen[vi] se propuso crear un enfoque  que introdujera a la teoría de la elección racional[vii] elementos  de carácter social y de justicia, por cuanto partió de la base de que las personas razonan no solo en virtud de la utilidad sino de la justicia y, además, tienen intereses, valores y juicios distintos.  Considera que las personas reflexionan sobre sus preferencias—las metapreferencias—[viii] de forma crítica,  no se guían solo por su interés propio y no están cautivas en un universo simple. Por el contrario, las elecciones  de las personas son  críticamente examinadas[ix]. Esto supone que la naturaleza humana es perfectible,  pueden invocarse razones dirigidas a  justificar la elección que se realiza, y estas  deben ser objeto de escrutinio. En tal sentido,  esta forma de razonar “es más rigurosa que el seguimiento de la simple fórmula de la maximización del interés propio.”.[x]

La visión de Sen critica de manera aguda la  preocupación exclusiva por el mejoramiento de los objetos inanimados—por ejemplo, el producto interno bruto—en vez  de los indicadores  de bienestar, libertad y calidad de vida. Se da más importancia a los medios que a los fines. De modo que el ingreso, la riqueza y la opulencia ocupan un lugar central y no son considerados en cuanto recurso para que las gentes vivan vidas libres, prolongadas, saludables y dignas, verdaderas finalidades de la existencia. Su teoría entraña una concepción de la vida buena,[xi]es decir, las múltiples formas en que las personas conciben, persiguen y alcanzan su bienestar, acorde con la valoración de su  vida. Esa capacidad de valorar  la existencia  fundamenta  la idea del ser humano como sujeto moral. Y  su posibilidad  de discernir y alcanzar sus metas, determinan su capacidad de agencia.[xii] Sen entiende el desarrollo como libertad y, esta, como independencia de elección social; así, quedan unidas la ética y la economía.

El fundamento de Sen es su teoría de las capacidades. Estas se “refieren a las diversas combinaciones de funciones que puede lograr la persona.  Por lo tanto, la capacidad es un tipo de libertad: la libertad fundamental de conseguir distintas combinaciones de funciones (o en términos menos formales, la libertad de lograr diferentes estilos de vida).”.[xiii] Y las funciones se entienden  como un logro específico de una persona: lo que es o hace. Las funciones  no son los bienes, los recursos ni la utilidad. “…Pueden ir desde lo elemental, como comer bien y no padecer enfermedades  evitables, hasta actividades o estados personales muy complejos, como ser capaz de participar en la vida de la comunidad y respetarse a sí mismo.”.[xiv] La realización de las funciones  representa la plenitud de la vida buena. Por ello, el conjunto de las funciones   elegidas  por la persona  constituye su capacidad. “Una persona que pasa hambre y otra que ayuna tienen el mismo tipo de funcionamiento en lo que respecta a su nutrición, pero no disponen de la misma capacidad, pues la que ayuna es capaz de no ayunar, mientras la hambrienta lo es porque no tiene elección.”.[xv]

La capacidad es, en realidad, la libertad de la persona de escoger su vida, es la que permite a la persona gobernar  su existencia. Se entiende la libertad en su aspecto positivo, es decir, la posibilidad de autodeterminación, el deseo del individuo de ser su propio arquitecto y actuar según sus propios criterios.


En una democracia auténtica los gobiernos se enfocan  en la promoción de las capacidades, y no de las funciones,  porque así impulsan la expansión de la libertad humana. Eventualmente  podría llegar a  promoverse  una función  particular sin que  la capacidad se desarrolle y allí  habría una falla moral porque se restringirían las posibilidades de elección del sujeto.  “Existe una diferencia moral enorme entre una política que promueve la salud y otra que promueve las capacidades en materia de salud: La segunda (y no la primera) es la que verdaderamente respeta la elección del estilo de vida de la persona.”.[xvi]

Al estar ligada a la libertad sustantiva, la capacidad juega un papel crucial en la habilidad real de la persona de hacer las cosas que valora. El enfoque de las capacidades se orienta a las personas y no a los recursos. Por eso la riqueza no es vista como una manera correcta de establecer las ventajas ni juzgar el éxito humano: no es algo que tenga un valor en sí misma.[xvii] 

Sen no se inclina por unas capacidades específicas y, en ese punto, se establece una tensión con Martha Nussbaum. Esta se orienta hacia  una aproximación a la evaluación de la calidad de vida y  a la teorización sobre la justicia social. Mientras Sen se basa en la libertad, aquella  lo sustenta en la dignidad humana  y se decide  por establecer diez capacidades básicas que los ciudadanos deben disfrutar para tener una vida digna.[xviii] Sen no admite la lista única de capacidades propuesta por Nussbaum porque es creada por fuera del escrutinio y de la participación de los afectados: esto iría en contra de la base  del enfoque, que es la libertad.[xix]

No se pretende aquí hacer una reconstrucción del enfoque de las capacidades. El propósito solo consiste en sortear de algún modo el economicismo que domina la reflexión sobre el desarrollo y hace de él un territorio hostil a otras miradas. Se  continúa confiando en que el crecimiento, tarde o temprano, impactará en la sociedad de forma positiva.
Es indispensable insistir en el enfoque de las capacidades por cuanto en él los seres humanos son considerados como  finalidades,  y si el objeto es   la promoción de la riqueza de la vida humana, existen razones suficientes que conducen a  enfatizar en este propósito y no en los medios—la economía—, que es un camino inseguro, tortuoso,  incierto y pleno de injusticia.

A pesar de la fertilidad mostrada por  la teoría de Sen  y su enorme influencia en los debates, continúa siendo mínima su incidencia en los programas gubernamentales— ya se señalaron las consecuencias que esto tiene en la evolución de las personas y de las sociedades—. Si bien desde 1990 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo  realiza de forma anual el Informe sobre  Desarrollo Humano, su cálculo es todavía una aproximación remota a la medición de las capacidades. De hecho,  estas son inobservables  puesto que no se cuenta con toda la información a la hora de evaluar la libertad humana. Quizá las capacidades no puedan aún  ser medidas de forma directa.

No obstante, hay un enorme avance institucional en pos de una mejor comprensión del enfoque. Por ahora el  PIB continúa siendo utilizado de forma directa en la elaboración del Informe.[xx] La Comisión de la Medición del Desarrollo Económico y del Progreso Social—presidida por  Joseph E. Stiglitz, con la participación de Amartya Sen— estudió los límites del PIB como indicador de los resultados económicos y sociales, reexaminó los problemas relativos a la medición, identificó datos adicionales que podrían ser necesarios para obtener indicadores sociales  más pertinentes, evaluó la viabilidad de nuevos instrumentos de medición y debatió sobre una presentación adecuada de datos estadísticos. Si sus recomendaciones se  llevaran a la  práctica como se espera, se producirían sin duda transformaciones significativas. El informe establece claramente que este indicador  mide solo la producción mercantil (expresada en unidades monetarias) y en eso radica su utilidad. Se usa como si fuera una medida del bienestar económico. La confusión entre ambos conceptos conduce a percepciones erróneas sobre el bienestar de la población e induce a decisiones equivocadas.[xxi]

Por otra parte, los gobiernos continúan, en lo fundamental,  prisioneros del  fetichismo del PIB. Definen sus políticas persiguiendo un mayor crecimiento, en lugar de centrarse directamente en los factores que enriquecen la vida humana. Como se concibe al capitalismo siempre creciendo, el indicador debe crecer y, si no lo hace o disminuye, existirá un grave problema. Esta idea es un mito. Posiblemente algunos países  necesitarán crecer. Otros (los altamente desarrollados) requieran un menor crecimiento—o incluso no crecer— porque  los miembros de la sociedad hayan  alcanzado un estándar  elevado que haga surgir en ellos  el deseo y la esperanza de los valores de la vida buena. Keynes creía y esperaba firmemente que se diera un término al crecimiento, un momento en el que los deseos materiales fueran satisfechos de forma definitiva.[xxii]

Es el momento  de dar un giro y definir que la responsabilidad del Estado consiste en asegurar intervenciones significativas que provean de libertad a los ciudadanos.  Es tiempo  de citar ampliamente a Sen:

Estoy a favor de un nuevo mundo, no de un nuevo capitalismo. ¿Qué quiere decir eso? ¡Por qué no nuevo socialismo, con mucho más mercado! Vivimos en un mundo multiinstitucional. Nadie lo explicó mejor que Adam Smith. A veces se le considera el padre de la economía de mercado, pero sostuvo que el Estado debe proporcionar una educación pública, dar ayuda a los pobres… En La riqueza de las naciones explica que la intervención del Estado a favor de los pobres es casi siempre buena y productiva, pero que ¡mira por dónde! La mayoría de las intervenciones se hacen a favor de los ricos y son improductivas. Es un contrasentido.[xxiii]

El futuro  de Latinoamérica  penderá críticamente de varios asuntos. Continúa siendo significativa su  dependencia del sector externo.  Su especialización histórica en la producción de materias primas hacia  los mercados industrializados, tendencia acentuada en los últimos años que condujo  al desmantelamiento de la industria y  parte de la agricultura, la hace más vulnerable a las fluctuaciones del mercado mundial. Esta es una situación que podría mitigar en parte desarrollando su mercado interno por la vía de la integración regional—proceso que históricamente fue una debilidad—.  El atraso tecnológico y  la inexistente inversión en investigación de altas tecnologías perpetúan la dependencia. Por tanto, es de esperar que en este campo se concentren esfuerzos significativos, así como en el área educativa. Quizá la principal  asignatura pendiente sea  superar los escandalosos índices  de inequidad. Es un imperativo moral reducir los niveles de desigualdad porque ella,  en sí misma,  es la fuente de atraso en el avance de las capacidades de las personas.

El sistema neoliberal vigente impone severas restricciones a la búsqueda de soluciones propias. No obstante, es preciso fijar nuevos criterios porque no todos los  elementos de la órbita  social pueden estar determinados por el mercado. La calidad del empleo registra un deterioro notable. La informalidad continúa en niveles elevados. Esta situación, unida a los déficits de educación, salud,  seguridad ciudadana y al desmonte del limitadísimo estado de bienestar que se había creado hasta los años ochenta,  se convierte en la práctica en una restricción absoluta a las capacidades de las personas, al desarrollo humano y al fortalecimiento de la democracia.

Ahora la región es gobernada con políticas concebidas  y elaboradas en los centros de pensamiento  vinculados a la ideología de las instituciones financieras multilaterales que no guardan correspondencia con nuestras realidades y no resuelven los anhelos de la sociedad   de una vida mejor. Los territorios se suponen homogéneos y se aplican las mismas recetas.  En tanto nuestros países  continúen guiándose mansamente por la ideología neoliberal, permanezcan bajo la tutela del FMI y del BM  y no reflexionen de forma original sobre su propio destino, continuará América Latina siendo un alfil sin albedrío.[xxiv]




NOTAS


[i]Vivimos en una era dominada por el afán de lucro y por la preocupación por los logros económicos nacionales. Pero el crecimiento económico, aun siendo un elemento de una política pública sensata, no es más que una parte y un elemento de esta. Son las personas quienes importan en última instancia; los beneficios económicos constituyen solamente medios instrumentales para las vidas humanas, que son sus fines.”  Sen, A. (1985) ¿Cuál es el camino del desarrollo? Comercio Exterior vol. 35 núm. 10, México, octubre 1985 pp. 939-949.


[ii] Citado por Amartya Sen en: Los tontos racionales: una crítica de los fundamentos conductistas de la teoría económica. P. 172.

[iii] Ver excelente estudio de Andrés Eduardo Saldarriaga Madrigal. El sujeto activo: Antropología política en Amartya Sen Eidos: Revista de Filosofía de la Universidad del Norte, núm. 13, julio-diciembre, 2010, pp. 54-75, Universidad del Norte. Colombia.

[iv] Ibídem, p. 172.

[v]  Hirschman, A. (1985) En contra de la parsimonia: Tres formas fáciles para complicar algunas categorías del discurso económico.  p. 2. Estudios de CEIPLAN.

[vi] Algunas de las obras sobre este tema son las siguientes. Desarrollo y Libertad y  La idea de la justicia.

[vii] La teoría de la elección racional pretende modelar el comportamiento social y económico. Es la corriente teórica dominante en la microeconomía y supone que el agente tiende a maximizar su utilidad  y a reducir los costos o los  riesgos.

[viii] En este aspecto coincide con la visión de Hirschman: “Los hombres  tienen la habilidad de “tomar distancia” de sus deseos, de sus preferencias y de su voluntad “revelada”; de preguntarse a sí mismos si realmente desean tales deseos y prefieren tales preferencias y, consecuentemente, de formar metapreferencias que pueden diferir de sus preferencias. No debe sorprender que el primero que haya formulado esto así fuera un filósofo, Harry Frankfurt (1971). Él sostuvo que esta habilidad de “tomar distancia” es única y propia de los humanos, si bien no está presente en todos ellos.”. Ibídem. p.4.

[ix] “En síntesis, el individuo de Sen es aquel que utiliza sistemáticamente la razón y el escrutinio razonado para realizar sus juicios, así como también para realizar sus elecciones y tomar sus decisiones. Aunque es racional, es diferente al individuo considerado por la teoría de la elección racional, principalmente porque tiene una diversidad de motivos que van más allá del interés propio.” Pico, A (2012) La noción de justicia en Adam Smith y Amartya Sen. Tesis de grado Universidad Nacional de Colombia.

[x] Sen, A. (2011) La idea de justicia p. 215 Taurus.

[xi]  La vida buena es un concepto que proviene de la ética aristotélica y hace referencia a la verdadera felicidad o el sumo bien. Es algo que se busca como finalidad en sí misma y no como instrumento.

[xii] A la posibilidad de elegir y lograr las propias metas y valores se le designa como capacidad de agencia. Para adquirir la condición de ciudadana plena en una sociedad democrática, las personas deben contar con capacidad de agencia. Posas, M (2010) Ciudadanía y desarrollo humano, Cuadernos de Desarrollo Humano No. 2 PNUD.

[xiii] Sen, A, (2000) Desarrollo y Libertad p. 100 Planeta.

[xiv] Ibídem  p. 99.

[xv] Nussbaum, M. (2012) Crear capacidades p.  45. Paidós.

[xvi] Ibídem  p. 45.

[xvii]  “Para este enfoque es definitiva la caracterización funcional de los recursos económicos en pos de la realización de oportunidades, tal como la presenta Aristóteles en la Ética Nicomáquea: « […] la vida de negocios [destinada a hacer dinero], es algo violento [es en sí algo forzado, artificial] y es evidente que la riqueza no es el bien que buscamos, pues es útil en orden a otro [es un medio para un fin]». Andrés Eduardo Saldarriaga Madrigal. El sujeto activo: Antropología política en Amartya Sen Eidos: Revista de Filosofía de la Universidad del Norte, núm. 13, julio-diciembre, 2010, pp. 54-75, Universidad del Norte. Colombia.

[xviii] Capacidades básicas del desarrollo:

1) Vida
Toda persona debería ser capaz de llevar una vida de una duración normal.
2) Salud corporal
Tener adecuadas condiciones de salud, alimentación y vivienda.
3) Integridad corporal
Gozar de libertad de movimientos y seguridad.
4) Sentidos, imaginación y pensamiento
Recibir una educación que permita desarrollar estas capacidades y un ambiente de libertad para manifestar gustos y creencias.
5) Emociones
Capacidad de amar, de estar agradecido en las diversas formas de asociación humana.
6) Razón práctica
Ser capaz de formular una concepción del bien y un plan de vida.
7) Afiliación
Capacidad de vivir con otros, de establecer relaciones sociales, de ser respetado y no discriminado.
8) Otras especies
Ser capaz de respetar a los animales, las plantas y demás especies del mundo natural.
9) Juego
Ser capaz de jugar y reír.
10) Control sobre el propio ambiente
Gozar de oportunidades de participación política, derechos de propiedad y del trabajo.

Nussbaum, M (2012)  Las fronteras de la justicia p. 88 Paidós.

[xix] Urquijo, M. (2007), El enfoque de las capacidades de Amartya Sen: Alcances y límites. Tesis de grado. Universitat de Valencia.

[xx] “El informe emitido por la Comisión Internacional para la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social  hizo hincapié en que el PIB no es una buena medida para mostrar cuán bien se desempeña la economía. Los informes del Censo de Estados Unidos y del PNUD nos recuerdan la importancia de esta percepción. Ya se ha sacrificado demasiado en el altar del fetichismo del PIB”. Joseph Stiglitz  La edad de la vulnerabilidad  18 OCT 2014. EL ESPECTADOR.

[xxi] A este respecto, se sugiere la lectura del informe  disponible en múltiples sitios en la web con el título  Informe de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y del Progreso Social. Entre otros sitios, se puede hallar aquí: http://laeditorialpi.blogspot.com/2014/11/el-pib-no-es-una-medida-del-bienestar.html.

[xxii]   Skidelsky, R  y Skidelsky  E (2012)  ¿Cuánto es suficiente? p. 144. Crítica.

[xxiii] Entrevista con Amartya SEN publicada en PHILOSOPHIE MAGAZINE, nº 44,
noviembre de 2010, pp. 58-63. [Trad. R.A.]

[xxiv] Gabriel García Márquez. La soledad de América Latina, discurso de aceptación del Premio Nobel. 1982.




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