lunes, 24 de septiembre de 2012

BECKETT


El 23 de octubre de 1969 Samuel Beckett recibió la noticia que tanto temía: La Academia Sueca acababa de otorgarle el Premio Nobel de Literatura.


Hacía varios años su nombre aparecía como candidato al premio. Por esas épocas Beckett y su mujer huían de París  y se refugiaban en el campo. En 1969 sonaba con mayor insistencia por lo que se trasladaron a Túnez. Cuando recibieron la noticia, su mujer Suzanne resumió los sentimientos de la pareja: "¡Es una catastrofe!"


Toda su vida Beckett fue un hombre extremadamente refinado y austero en su vida personal. Después de recibir la noticia  escribió a la Academia agradeciendo el honor y disculpándose porque no asistiría a la ceremonia. Envió a su editor a recoger el premio. El monto recibido lo distribuyó entre "su" Alma Mater-El Trinity College de Dublín-  y algunos artistas y escritores merecedores de ayuda económica.

El Premio Nobel no modificó la rutina del escritor. Continuó los siguientes veinte años hasta el final de su vida viviendo en su pequeño apartamento del Boulevard  Saint-Jackes, trasportándose en el pequeño Citronné  y creando su maravillosa obra literaria.

martes, 18 de septiembre de 2012

ULISES

Álvaro Lobo



Cada 16 de junio los escasos lectores de Ulises recuerdan algunas de  las “aventuras” de Leopoldo Bloom por las calles de Dublín y, en especial, el maravilloso monólogo de Molly Bloom. Por lo menos, este lector, recuerda ese día alguno de los episodios de la novela y dedica unos instantes a la memoria del gran irlandés James Joyce.

Ulises pasó a la historia acaso como un libro citado y poco leído. También es la novela con mayores interpretaciones y lecturas disparatadas de semiólogos, psicoanalistas y toda clase de especuladores, algunas de ellas alentadas  por el propio Joyce para burlarse de los críticos.

Ante tanta arrogancia intelectual, muchos corren despavoridos y se privan de una gran obra que solo exige un  lector atento y dispuesto a disfrutar las sucesos de un protagonista muy parecido al lector corriente. A esta conclusión se llega después de fracasar una y mil veces con las recetas propuestas por los especialistas para descifrar la novela. Bien se sabe que La literatura es para el disfrute y no para el sufrimiento humano.

El libro fue publicado originalmente en París en 1922 y en español solo apareció la primera traducción en 1945, realizada por un agente de seguros de la calle Corrientes de Buenos Aires: José Salas Subirat. Esta versión fue leída  por varios de los escritores que luego crearían el fenómeno del Boom latinoamericano.

En los años setenta apareció en España una nueva traducción, con la firma de José María Valverde en la editorial Tusquets. 

En 1999 surgió una nueva y en apariencia definitiva traducción de Francisco García Tortosa, con una extraordinaria introducción. En ella nos advierte que nos olvidemos de las guías y de la crítica y entremos directamente a la obra. Ningún lector sigue esta recomendación. Aquí pretendemos invitar a los improbables lectores de esta nota a disfrutar la lectura inocente de Ulises.

En marzo de 2015 apareció en Buenos Aires otra traducción de la obra. Esta vez con la firma de Marcelo Zabaloy y la colaboración de Edgardo Russo, del sello Cuenco de plata. De nuevo se promete que esta será la traducción definitiva. Sin embargo, ahora se anuncia la aparición de una nueva traducción en Argentina, del académico Rolando Costa Picazo

lunes, 17 de septiembre de 2012

El QUERIDO HERMANO WOLFGANG AMADEUS MOZART


Por Hernando Bonilla Mesa

Este hermoso libro traza un esbozo de la relación de Mozart  con la  masonería. En sus páginas se hace un recuento del surgimiento de la masonería austriaca en el siglo de las luces, la experiencia del genial músico en la logia y la música creada por éste en homenaje a la masonería.
Esta publicación incluye el primer capítulo de la primera edición realizada por Editorial Pi. Existe en el mercado editorial colombiano una segunda edición publicada por el propio autor.

Leer el  capítulo completo aquí

sábado, 8 de septiembre de 2012

ÉTICA POLÍTICA


Por John Hospers


Editorial Pi presenta el ensayo sobre ética política del filósofo norteamericano John Hospers:


“Mantengamos el poder en manos del pueblo. Este no desea ser gobernado por déspotas; por consiguiente, hagamos que sea imposible que surjan dictadores y tiranos, manteniendo siempre las llaves del poder en manos del pueblo. Permitamos que se elija para el poder a aquellos hombres que parecen los más adecuados para detentarlo; y demos al pueblo, a intervalos fijados de antemano, el privilegio de votar la continuación de esos  hombres en su puesto si lo hacen bien, o de sustituirlos si no lo hacen. El poder tiene que estar, en última instancia, en manos del pueblo, y únicamente estará delegado en ciertos hombres: en los gobernantes que detentan el poder. Esos hombres tienen que representar la voluntad popular: no son los amos del pueblo, sino sus servidores. El pueblo no se pondrá a sí mismo voluntariamente en una posición de servidumbre para con los gobernantes. Si las riendas del poder están en manos del pueblo, todo estará seguro, porque nadie desea hacerse desgraciado a sí mismo. La respuesta al problema del poder no consiste en tener a un grupo en el extremo activo del poder y a otro en el pasivo; los que están en el extremo pasivo —es decir, el pueblo—tienen que ser precisamente aquellos que (por medio de los representantes elegidos) sean los detentadores del poder. Una monarquía absoluta, en la cual un rey gobierna desde arriba, se diferencia de una democracia —en la cual un presidente o un primer ministro lleva a cabo la voluntad del pueblo, que está abajo– en que la fuente de poder está en manos distintas.”


Leer  el ensayo completo aquí

sábado, 1 de septiembre de 2012

LA VIDA BREVE DE KATHERINE MANSFIELD


Por Álvaro Lobo 

El 14 de octubre de 1888 nació en Wellington, Nueva Zelanda, Kathleen Beauchamp, quien será conocida como Katherine Mansfield, una de las más importantes escritoras de la literatura inglesa del siglo XX. Cuando tenía cinco años, su familia se mudó a un área rural, a la aldea de Karori, donde  asistió a la escuela primaria y pasó los mejores años de su infancia. Allí nació su hermano Leslie. Sus padres la consideraban lenta y sin iniciativa, y, sin embargo, a muy corta edad comenzó a escribir una especie de relato, Julieta, en el que describió sus sentimientos, trabajo notable para una niña.

En 1898 la familia vuelve a vivir en Wellington y al cumplir Kathleen quince años, su padre, siguiendo una tradición de las familias coloniales, envía su hija a la metrópoli para que culmine sus estudios. En Londres ingresa en el Queens College, en Harley Street. Vivió esos años como solía hacerlo en su hogar, como una solitaria. Soñaba y escribía. Dirigía la revista del colegio y escribía versos. Se aficionó a la música hasta convertirse en una fina ejecutante del violoncelo. Buscaba expresar, sin saberlo, el colorido que tendría para ella el mundo.

Llegó la hora, sin embargo, en que su padre le ordenó retornar a Nueva Zelanda. Pasó en casa los dos años siguientes en una constante contrariedad por la que consideraba una vida provinciana. Escribió en su diario: “Cuando esté allí, (Wellington) me comportaré de una manera tan insoportable, que se verán obligados a traerme de nuevo a Londres”.

Su padre ahora era un hombre importante en la vida comercial del puerto; pronto será Sir. Amaba a su hija, comprendía muy bien que deseara escribir y la consideraba inteligente, pero débil. Ella, por su lado, ni por un momento dejaba de pensar en la lejana Londres. 

Añoraba los teatros, el ambiente de esa ciudad, e inevitablemente la comparaba con la desierta vida cultural de Wellington. Sentía en su alma una inclinación artística y deseaba ser escritora, ¿pero escribir acerca de qué y cómo hacerlo? “No puedo escribir nada; tengo muchas ideas, pero no encuentro tema. Quisiera escribir algo que fuese a la vez misterioso, bello y original”, anotó en su diario.

Sus creaciones literarias tomaron la forma de cuentos breves. En este período, por fin, su padre consigue que publiquen algunos de esos cuentos en una revista de Melbourne. Cuando el director le solicitó su biografía le respondió: “Me pide usted algunos detalles sobre mi vida…Soy pobre, oscura, tengo dieciocho años y un apetito voraz por todas las cosas, y principios tan endebles como mi prosa”.  

Deseaba con todas sus fuerzas vivir de nuevo en Londres y desarrollar una vida artística. Fue tal su determinación que su padre le permitió regresar y le asignó una pensión anual. En julio de 1908 marchó a la capital inglesa y nunca más regresaría a su hogar. Inició una vida artística dispuesta a promover la experiencia íntima. Aspiraba inmolar su vida para engrandecer su alma, como solían pensar los jóvenes artistas de aquella época en Inglaterra. Luego llegaría a lamentarlo: “No ha sido tan solo una experiencia; ha sido también una devastación y un despilfarro”.

Conoce a un profesor de canto, un tal George Bowden, once años mayor que ella, y acuerdan casarse bajo la extraña condición de que él respetará su derecho a vivir su “vida artística”, pero el matrimonio fracasa y a los pocos días se separan. Su vida discurre de un modo equívoco. Conoce a un chico, Garnet Trowell, del que espera un hijo. Su madre la lleva a Bad Wöorishhofen, un pueblo en Baviera, para ocultar el nacimiento del niño. Allí sufre un aborto.
Escribe una serie de cuentos que se reunirán en su primer libro: En una pensión alemana, publicado en 1911. Este libro refleja, quizá con un realismo cruel, una Alemania desapacible. Es una obra bien escrita, pero la autora pronto se desilusionó de ella. Creía haber sido injusta con la impresión que dejaba de Alemania y no permitió nuevas ediciones.

En diciembre de 1911 recibió una carta de un joven escritor, John Middleton Murry, solicitándole colaborar en una revista literaria de Oxford que él editaba, llamada Rhytm. Katherine comenzó a escribir cuentos para esa revista. Fue una publicación de existencia efímera. Luego vinieron otras con vidas igualmente breves: The Blue Review y The signature.

Katherine y Murry, después de varios años de colaboración en la dirección de estas revistas, deciden unir sus vidas. Hasta ese momento sus cuentos, escritos con gran maestría, carecían de vida propia. En 1915 llega a Londres,
proveniente de Wellington, su hermano Leslie para enrolarse en el ejército inglés. Ese encuentro la conecta con sus orígenes y decide recrear literariamente su pasado como lo había sentido en Nueva Zelanda. La terrible noticia de la muerte de su hermano, un mes después, produjo un dolor del que jamás se recuperó y al mismo tiempo le dio la fuerza para redefinir la dirección de su obra.

“Creo que he sabido desde hace tiempo que la vida había terminado para mí, pero nunca me di cuenta de ello ni lo reconocí hasta la muerte de mi hermano. Sí, aunque él yace en medio de un bosquecito de Francia y yo aún camino erguida y siento el sol y el viento del mar, estoy tan muerta como él. El presente y el futuro no significan nada para mí. Ya no tengo “curiosidad” acerca de la gente; no deseo ir a ninguna parte; y el único valor posible que algo puede tener para mí es que me recuerde algo que ocurría o se daba cuando él vivía. Deseo escribir sobre esa época, y él quería que yo lo hiciera. Lo conversamos en mi pequeña buhardilla de Londres”. 

El mundo y los paisajes de su infancia que le parecían insoportables cuando vivía en su país, ahora volvían para convertirse en la principal fuente de inspiración de su más refinada obra literaria.

Así surgen sus maravillosos cuentos plenos de vida. “Ahora… ahora quiero escribir recuerdos de mi propio país. Sí, deseo escribir sobre mi propio país hasta que simplemente agote mis recuerdos. No sólo porque se trate de una “deuda sagrada” que le pague a mi país porque mi hermano y yo nacimos allá, sino también porque en mis pensamientos recorro con él todos los lugares recordados. Nunca me aparto de ellos. Deseo renovarlos por escrito”.

Cuando publicó estos cuentos, pocos críticos los valoraron de forma adecuada. Sólo un reducido grupo de escritores ingleses rápidamente reconoció con entusiasmo su calidad. El público, por su parte, se rindió al encanto de su cuentos y pequeños relatos: Bliss, The garden-party, etc, obtuvieron un éxito inmediato.

En 1920 aparecen los síntomas de la enfermedad que terminará con su vida. A partir de entonces erró entre Londres, las montañas suizas y la Provenza en busca de una cura para su enfermedad. En 1922, escribir le resultaba imposible por su enfermedad y por sus ideas místicas sobre la necesidad de la purificación de su espíritu. En octubre de ese año abandona definitivamente la escritura y entra a formar parte de una fraternidad espiritual en Fontainebleau, donde falleció el nueve de enero de 1923.

En sus cuentos del período de madurez toma personajes, ambientes, etc., y en un breve corte en el tiempo nos enseña, en esa aparente banalidad, la causa de la emoción y la admiración de la vida. Su mirada se posa sobre lo cotidiano y nos sugiere el trasfondo inquietante y frágil que sostiene a la vida.

Ciertos críticos han querido ver en su obra una influencia directa de Anton Chéjov. Sin embargo, sus estilos, los temas y las tensiones en que viven sus personajes son muy diferentes. Ambos son maestros de la concisión. Katherine Mansfield sentía una gran admiración por la obra y por el escritor, a quien nunca conoció. “¡Ah, Chéjov! ¿Por qué estás muerto? ¿Por qué no puedo conversar contigo, en una gran sala un tanto oscura, al final de la tarde, cuando la luz es verde por los árboles de afuera que se sacuden?”.

Su obra consiste en cuentos, novelas breves y su Diario. En una pensión alemana (1911), Felicidad y otros cuentos (1920), Fiesta en el jardín y otros cuentos (1922), El nido de la paloma y otros cuentos (1923), Algo infantil y otros cuentos (1924) y Diario (1927).

Esta columna sobre la vida de Mansfield sigue, de cerca, al ensayo de André Maurois sobre la vida y la obra de la autora, aparecido en el libro Mágicos y lógicos, y la introducción de John Middleton Murry al Diario de Katherine Mansfield.


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